sábado, 8 de septiembre de 2012

Un arrepentimiento en el lecho de muerte


Un hombre viejo de setenta y cinco años yacía moribundo. En su tiempo de vida había hecho oídos sordos a la religión, y empapado su alma en cada crimen corriente. Había robado al huérfano y saqueado a la viuda, había arrancado de las manos duras de la faena honesta las recompensas de la labor, había perdido en la mesa de juego la riqueza, con la que debía haber dotado a las iglesias y a las escuelas dominicales, había gastado en el vivir desenfrenado la substancia de su patrimonio, y dejado a su esposa e hijos sin pan. El tazón intoxicante había sido su Dios, su panza había absorbido su entera atención. Pasaba sus días y noches en los placeres carnales, y para los deseos alocados de su corazón había ministrado sin vergüenza y sin remordimiento. ¡Era un huevo malo, malo! ¡Y ahora este inicuo endurecido iba a conocer a su Hacedor! Feble y vacilante, su aliento aleteaba sobre sus labios pálidos. ¡Débil, el pulso temblaba en sus venas aplanadas! A su esposa, hijos, suegra, amigos, quienes debían haberse cernido amorosamente alrededor de su canapé, alentando sus últimos momentos y dándole la medicina, los había matado de dolor o ahuyentado demasiado lejos, y ahora estaba muriendo solo junto a la luz inadecuada de una vela de sebo, desamparado por el cielo y por la tierra. No, no por el cielo. Súbitamente, la puerta fue empujada y abierta con suavidad, y entró ahí el buen ministro, de cuyo consejo piadoso el desgraciado sufriente se había en salud burlado tan a menudo. Con solemnidad, el hombre de Dios avanzó biblia en mano. Largo y silencioso, se paró descubierto en presencia de la muerte. Entonces, con una dignidad fría e impresionante, comentó:
-¡Miserable viejo pecador!
El viejo Jonas Lashworthy miró arriba. Se sentó. La voz de ese hombre santo ponía fortaleza en sus miembros ancianos, y se puso de pie. Él estaba reservado para un mejor destino, que morir como un perro descuidado: el sr. Lashworthy fue colgado por descerebrar a un ministro del Evangelio con un sacabotas. Este cuento conmovedor tiene una moraleja.
Moraleja de este cuento conmovedor. Al agarrar un tizón del fuego eterno, asegúrese de su condición, y tenga cuidado de cómo echa mano de éste.

Título original: Deathbed Repentance, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile". 
Imagen: Pino Daeni, Old man paint, XXI.