martes, 11 de septiembre de 2012

L. S.


Una tarde temprano en el otoño del 64, una muchacha pálida estaba parada cantando himnos metodistas, en la cumbre de la colina de la calle Bush. Estaba ataviada a la moda española con un sobretodo suelto y unas pantuflas. Súbitamente rompió su canto, un joven soldado de cejas oscuras del presidio se aproximó con cautela y, asiéndola en sus brazos con cariño, le arrebató el sobretodo, retirándose con éste a una casa de subasta de la calle Pacific, donde aún puede ser visto por el viajero anochecido, ¡justo yendo por dos y medio y nunca ido!
La pobre doncella, después de ese infortunio, sintió que un amargo resentimiento se hinchaba en su corazón y, tras desdeñar quedarse entre su clase con ese vestido, tomó su camino a la Casa Cliff, a donde arribó gastada y cansada sobre la hora del desayuno.
El dueño la recibió con amabilidad y le ofreció un par de sus mejores pantalones, pero ella era de sangre noble y, habiendo sido criada en el lujo, declinó de modo respetuoso recibir caridad de un extraño de bajo nacimiento. Todos los esfuerzos para inducirla a comer fueron igualmente inválidos. Ella se paraba por horas en las rocas donde el camino descendía a la playa, y miraba a las focas juguetear en la marejada debajo, quienes parecían más bien halagadas por su atención, y nadaban alrededor cantando sus cantos más dulces para ella sola. Los pasantes eran igualmente curiosos en cuanto a ella, pero una lira rota no daba más música, y su corazón no respondía con algún himno más de larga métrica.
Después de unas pocas semanas de esa vida solitaria ella se perdió de súbito. Al mismo tiempo una foca extraña fue advertida entre las restantes. Ésta era notable por estar siempre vestida con un sobretodo, que había pescado sin dudas del naufragio del galeón francés Brignardello, que vino a tierra allí algunos años después.
Una noche tempestuosa una vieja arpía, quien largo tiempo había hecho negocio como ermitaña en Helmet Rock, entró al bar-salón de la Casa Cliff y allí, en medio de los aplastantes truenos y relámpagos que se derramaban por todo el horizonte, relató que había visto una foca joven con un sobretodo cómodo, sentada de forma pensativa en el pináculo de Seal Rock, y había oído con distinción las palabras familiares de un himno metodista. Tras inquirir se descubrió que el cuento estaba fundado en un hecho. La identidad de esa foca no podía ser negada más tiempo sin una franca blasfemia, y en todas las viejas crónicas de ese período ni una duda está incluso implícita.
Un día un apuesto, oscuro joven teniente de infantería, Don Edmundo por nombre, salió a la Casa Cliff para celebrar su reciente promoción. Mientras estaba parado al borde del acantilado, con todos sus amigos a su alrededor, Lady Celia, como los visitantes la habían bautizado, llegó nadando debajo de él y, tras quitarse el sobretodo, lo tendió sobre una roca. Entonces volvió sus ojos arriba y cantó un himno metodista.
Tan pronto como el valiente Don Edmundo lo oyó, se desgarró las ropas preciosas y se arrojó de cabeza a las oleadas. Lady Celia lo agarró con su boca por la cintura con destreza y, nadando a una roca exterior, se sentó y lo mordiscó suavemente en mitades. Entonces tendió los pedazos con ternura en un lugar conspicuo, se puso el sobretodo y sumergido en las aguas nunca más fue vista.
Muchas son las salvajes invenciones de los poetas sobre su carrera subsecuente, pero hasta este día nada auténtico ha surgido. Por algunos meses se hicieron esfuerzos extenuantes para recobrar el cuerpo del malvado teniente. Todo aparato que el genio pudiera inventar y habilidad que pudiera manejar fue puesto en requisición, hasta que una noche el dueño, temiendo que esos esfuerzos constantes pudieran ahuyentar a las focas, tuvo los restos removidos en quietud y enterrados en secreto.

Título original: L. S., publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Albert Bierstadt, Seal Rock, 1872.