sábado, 23 de agosto de 2014

Un poco de Chickamauga


La historia de esa lucha horrenda es bien conocida, yo no tengo la intención de registrarla aquí, sino sólo de relatar alguna parte de lo que vi de ésta, mi propósito no es la instrucción, sino el entretenimiento.
Yo era un oficial de personal de una brigada federal. Chickamauga no era mi primera batalla por mucho, pues aunque era apenas más que un muchacho en años, había servido en el frente desde el principio del conflicto, y había visto lo suficiente de la guerra para tener un justo entendimiento de ésta. Nosotros sabíamos lo suficiente bien que iba a haber una pelea: el hecho de que no queríamos una nos hubiera dicho, para qué Bragg siempre se retiraba cuando queríamos pelear, y peleaba cuando más deseábamos la paz. Lo habíamos maniobrado afuera de Chattanooga, pero no habíamos maniobrado nuestro ejército entero adentro de ésta, y él fue atrás con tal hosquedad, que esos de nosotros que lo seguían, manteniéndolo realmente a la vista, estaban en una buena porción más preocupados por efectuar una unificación con el resto de nuestro ejército, que por incrementar la persecución. Por el tiempo en que Rosecrans había juntado sus tres cuerpos dispersos, nosotros estábamos a un largo camino de Chattanooga, con nuestra línea de comunicación con ésta tan expuesta, que Bragg volvió para apoderarse de ella. Chickamauga fue una pelea por la posesión de un camino.
A lo largo de ese camino corrieron los cuerpos de Crittenden, con los de Thomas y McCook, que antes no habían atravesado éste. Todo el ejército se estaba moviendo por su izquierda.
Allí hubo una pelea aguda todo el tiempo y todo el día, pues la foresta era tan densa, que las líneas hostiles llegaban casi al contacto antes de que la pelea fuera posible. Una instancia fue particularmente horrible. Después de algunas horas de embestida cercana mi brigada, con unas piezas fallidas y unas cajas de cartuchos exhaustas, fue relevada y retirada al camino, para proteger varias baterías de artillería -probablemente, dos docenas de piezas-, que dominaban un campo abierto en la retaguardia de nuestra línea. Antes de que nuestros hombres, cansados ​​y virtualmente desarmados, hubieran alcanzado en realidad los cañones, la línea en frente cedió, fue de vuelta atrás de los cañones y se fue el Señor sabe a dónde. Un momento después el campo estaba gris, con los confederados en persecución. Entonces los cañones abrieron fuego con munición y botes de metralla, y por acaso cinco minutos -pareció una hora- nada pudo ser oído, salvo el estruendo infernal de su descarga, y nada visto a través del humo, salvo una gran ascensión de polvo del suelo magullado. Cuando todo hubo terminado, y la nube de polvo se hubo elevado, el espectáculo era demasiado espantoso para describirlo. Los confederados todavía estaban allí -todos ellos, al parecer-, algunos casi debajo de las bocas de los cañones. Pero ni un hombre de todos esos tipos bravos estaba sobre sus pies, y estaban todos tan densamente cubiertos de polvo, que parecía como si hubieran sido revestidos de amarillo.
"Enterramos a nuestros muertos", dijo un artillero ceñudo, aunque sin dudas todos fueron excavados después, pues algunos estaban parcialmente vivos.
A un "día de peligro" sucedió una "noche de vigilia." El enemigo se mantuvo por todas partes detrás del camino, continuó estirando su línea hacia el norte, con la esperanza de sobresituarse y ponerse entre nosotros y Chattanooga. Nosotros no veíamos ni oíamos su movimiento, pero cualquier hombre con media cabeza hubiera sabido que lo estaba haciendo, y lo recibimos con un movimiento paralelo hacia nuestra izquierda. Por la mañana habíamos bordeado a lo largo de buena manera, y levantado rudas trincheras a una pequeña distancia del camino, en el lado amenazado. El día no estaba muy avanzado, cuando fuimos atacados furiosamente a todo lo largo de la línea, empezando por la izquierda. Cuando era rechazado, el enemigo venía una y otra vez, su persistencia era desalentadora. Parecía estar utilizando contra nosotros la ley de probabilidades: entre tantos esfuerzos uno, eventualmente, tendría éxito.
Uno lo tuvo, y fue mi suerte verlo ganar. Yo había sido enviado por mi jefe, el general Hazen, para ordenar alguna munición de artillería, y cabalgué hacia la derecha y la retaguardia en busca de ésta. Hallando un tren de pertrechos, obtuve del oficial a cargo unas pocas carretas cargadas con lo que yo quería, pero él parecía tener dudas en cuanto a nuestra ocupación de la región, por la cual yo le propuse guiarlos. Aunque le aseguré que justo la había atravesado, y que ésta estaba inmediato detrás de la división de Wood, él insistió en cabalgar a la cima de la loma, detrás de la cual estaba su tren y observar el terreno. Nosotros hicimos así, y para mi asombro vi el campo entero al frente abarrotado de confederados, ¡la misma tierra parecía estarse moviendo hacia nosotros! Éstos venían en miles y tan rápido, que nosotros apenas tuvimos tiempo para volver la cola y galopar colina abajo y lejos, dejándolos en posesión del tren, muchas de las carretas siendo volcadas, por los esfuerzos frenéticos para ponerlas de vuelta. Por qué milagro ese oficial había sentido la situación, yo no lo supe, pues nos separamos allí entonces y nunca lo vi de nuevo.
Por un malentendido, la división de Wood había sido retirada de nuestra línea de batalla, justo mientras el enemigo estaba haciendo un asalto. A través de una brecha de media milla, los confederados cargaban sin oposición, cortando nuestro ejército limpiamente en dos. Las divisiones de la derecha fueron partidas y, con el general Rosecrans en su medio, huyeron como pudieron por el campo, llegando eventualmente a Chattanooga, donde Rosecrans telegrafió a Washington la destrucción del resto de su ejército. El resto de su ejército estaba parado en su terreno.
Una buena porción de tontería se suele decir sobre el heroísmo del general Garfield, quien, atrapado en la fuga de la derecha, no obstante, fue atrás y se unió a la no derrotada izquierda bajo el general Thomas. No había un gran heroísmo en eso, eso es lo que todo hombre debería haber hecho, incluyendo el comandante del ejército. Nosotros podíamos oír los cañones de Thomas yendo -esos que tenían oídos para éstos-, y todo lo que se necesitaba era hacer un desvío lo suficiente amplio, y entonces moverse hacia el sonido. Yo mismo hice así, y nunca he sentido que eso debiera hacerme presidente. Además, en mi camino encontré al general Negley, y habiéndome dado, mis deberes como ingeniero topográfico, algún conocimiento del estado de la tierra, le ofrecí pilotarlo de vuelta a la gloria o la tumba. Yo siento decir, que mis buenos oficios fueron rechazados de modo un poco incivil, lo que atribuí de forma caritativa a la obvia ausencia de mente del general. Su mente, pienso, estaba en Nashville, detrás de un parapeto.
Incapaz de encontrar mi brigada, reporté al general Thomas, quien me ordenó que me quedara con él. Él había asumido el comando de todas las fuerzas aún intactas, y era asediado de modo bastante cercano. La batalla era feroz y continua, el enemigo extendía sus líneas más y más alrededor de nuestra derecha, hacia nuestra línea de retirada. Nosotros no podríamos enfrentar la extensión de otra forma, que "rehusando" a nuestro flanco derecho y dejando que nos cercara, lo cual, salvo por el galante Gordon Granger, hubiera hecho de modo inevitable.
Ésta fue la forma de ésta. Mirando sobre los campos de nuestra retaguardia (más bien con añoranza), yo tuve la feliz distinción de un descubridor. Lo que vi fue el destello de la luz solar en el metal: ¡unas líneas de tropas estaban viniendo detrás de nosotros! La distancia era demasiado grande, la atmósfera demasiado brumosa para distinguir el color de su uniforme, incluso con unos anteojos. Reportado mi "hallazgo" sustancial, fui dirigido por el general a ir a ver quiénes eran. Galopando hacia ellos lo suficiente cerca para ver que eran de nuestra índole, me apresuré atrás con las gratas nuevas y fui enviado de nuevo, para guiarlos a la posición del general.
Era el general Granger con dos fuertes brigadas de la reserva, moviéndose como soldados hacia el sonido del tiroteo pesado. Recibido a él y a su personal lo dirigí a Thomas, e incapaz de pensar en alguna cosa mejor que hacer, decidí ir de visita. Yo sabía que tenía un hermano en esa banda, un oficial de una batería de Ohio. Pronto lo encontré cerca de la cabeza de una columna, y mientras nos movíamos adelante, tuvimos una charla confortable entre tales de las balas enemigas, que de modo inconsiderado habían sido disparadas demasiado alto. El incidente fue un poco malogrado por otro oficial de la batería, uno de esos sin caballo, a quien apoyamos contra un árbol y dejamos. ¡Unos pocos momentos después, la fuerza de Granger fue puesta a la derecha y la pelea fue terrífica!
Por accidente yo entonces encontré la brigada de Hazen -o lo que quedaba de ésta-, que había hecho una marcha de media milla, para agregarse a la no fugada en la memorable colina Snodgrass. La primera observación de Hazen a mí, fue una indagación sobre esa munición de artillería, por la que me había enviado.
Era necesaria muy lo suficiente, como lo era de otros tipos: en las últimas una o dos horas de ese día interminable, los hombres de Granger eran los únicos que tenían suficiente munición, para dar una pelea de cinco minutos. Hubieran los confederados hecho un ataque general más, nosotros tendríamos que haberlos recibido con la sola bayoneta. Yo no sé por qué no lo hicieron; probablemente, estaban cortos de munición. Sé, sin embargo, que mientras el sol se estaba tomando su propio tiempo para ponerse, nosotros vivíamos la agonía de al menos una muerte cada uno, esperando que ellos vinieran.
Por último se hizo demasiado oscuro para pelear. Entonces lejos a nuestra izquierda, y un poco en la retaguardia de la gente de Bragg se levantó "el grito rebelde." Éste se fue alzando de forma sucesiva, y pasó en redondo hacia nuestro frente, a lo largo de nuestra derecha y detrás de nosotros de nuevo, hasta que pareció haber llegado casi al punto donde empezó. Era el sonido más feo que cualquier mortal jamás oyera, incluso un mortal exhausto y enervado por dos días de pelea dura, sin dormir, sin descanso, sin comida y sin esperanza. Había, sin embargo, un espacio en algún lugar al fondo de nosotros, sobre el cual ese grito horrible no se prolongó en sí mismo; y a través de ése nosotros, finalmente, nos retiramos en profundo silencio y desaliento, no molestados.
Para esos de nosotros que han sobrevivido a ambos ataques de Bragg y el tiempo, y que guardan en la memoria a los queridos camaradas muertos, a quienes dejamos sobre ese campo fatídico, el lugar significa mucho. Puede éste significar algo menos para los hombres más jóvenes, cuyas tiendas están ahora acampadas donde, con las cabezas inclinadas y las manos apretadas, los grandes ángeles de Dios se colocan de modo invisible entre los héroes de azul y los héroes de gris, que duermen su último sueño en los bosques de Chickamauga.

Título original: A Little of Chickamauga, publicado por primera vez en San Francisco Examiner, 1898, con la firma: "Ambrose Bierce".
Imagen: Mort Kunstler, Hero of Little Round Top, XX.