miércoles, 10 de octubre de 2012

Cementerio


Sitio aislado suburbano donde los dolientes combinan mentiras, los poetas escriben con un objetivo y los picapiedras deletrean para una apuesta. Las inscripciones siguientes van a servir para ilustrar el éxito alcanzado en esos juegos olímpicos:
"Sus virtudes eran tan conspicuas que sus enemigos, incapaces de pasarlas por alto, las negaban, y sus amigos, para cuyas vidas disolutas éstas eran un reproche, las representaban como vicios. Éstas son aquí conmemoradas por su familia, quien las compartió.
En la tierra nosotros aquí preparamos un lugar para poner a nuestra pequeña Clara.
Thomas M. y Mary Frazer
P.S. Gabriel la va a levantar."

Título original: Cemetery, publicado por primera vez en The Devil's Dictionary, 1911, con la firma: "Ambrose Bierce".
Imagen: Hollywood Movie Watch Online, Mortuary, 1983.

sábado, 6 de octubre de 2012

Serpenteando


Las personas muy habladoras siempre me parecieron estar divididas en dos clases: esas que mienten con un propósito y esas que mienten por el amor de mentir, y Sam Baxter pertenecía con amplia imparcialidad a ambas. Para él la falsedad no era con mayor frecuencia un medio que un fin, pues no sólo mentía sin un propósito, sino con un sacrificio. Yo lo oí una vez leyéndole un periódico a una tía ciega, y falsificando de modo deliberado los reportes del mercado. La buena vieja dama tomaba todo con una fe confiada, hasta que él citó manzanas secas a cincuenta céntimos la yarda por lados no cernidos, entonces ella se levantó y lo desheredó. Sam parecía considerar la fuente de la verdad como una charca estancada, y a sí mismo un ángel cuyo negocio era quedarse cerca y perturbar las aguas.
-Usted sabe, Ben Dean -me dijo Sam un día-, yo estoy en baja con ese tipo, y le voy a contar por qué. En el invierno del 68, él y yo estábamos serpenteando juntos en las montañas, al norte de Big Sandy.
-¿Qué quiere decir con serpenteando, Sam?
-¡Bueno, me gusta esto! Pues reunir serpientes, para estar seguro, serpientes de cascabel para los jardines zoológicos, los museos y los shows-laterales de los circos. Así es como se hace: una partida de serpenteros va a las montañas en el otoño temprano, con provisiones para todo el invierno, y poniendo una serpentera en algún punto central, se ponen a trabajar tan pronto como la temporada letárgica se asienta, y antes de que haya mucha nieve. Yo presumo usted sabe que cuando las noches empiezan a ponerse frías, las serpientes se meten debajo de las grandes piedras planas, se acurrucan juntas y se acuestan ahí tiesas congeladas, hasta que los días cálidos de la primavera las entonan para el negocio.
-Nosotros vamos por alrededor, levantamos las rocas, atamos a los gusanos en bultos convenientes y los cargamos al serpentero, donde, durante la temporada de nieve, son surtidos, etiquetados de acuerdo a la calidad y empaquetados para el transporte. A veces un único showman tiene tantos, como una docena de serpenteros en las montañas todo el invierno.
-Ben y yo estábamos afuera un día, y habíamos reunido unos pocos fardos de las primeras, cuando descubrimos una piedra amplia que mostraba buenos indicios, pero que no podríamos levantar. Toda la parte superior de la montaña parecía estar edificada, mayormente, sobre esa misma piedra. No había nada que hacer salvo socavarla, excavar debajo, usted sabe; así que tomando la pala yo pronto ensanché el hueco, en el que las criaturas se habían metido, hasta que éste hubiera admitido mi cuerpo. Arrastrándome adentro, encontré una suerte de celda en la roca sólida, abarrotada casi por completo de hermosas serpientes, algunas de ellas tan largas como un hombre. ¡Usted hubiera disfrutado con esos gusanos! Estaban dispuestas con esmero alrededor de los costados de la cueva, e incluso una docena en cada litera, y algunas raras oscilando desde el techo en hamacas, como los marineros. Para ese tiempo yo las había contado con rudeza, como éstas yacían, estaba oscuro y nevando con malicia. No había un volver atrás al cuartel general esa noche, y había espacio sólo para uno de nosotros adentro.
-¿Adentro de qué, Sam?
-¡Vea aquí!, ¿ha ​​estado escuchando lo que yo le estoy contando, o no? No hay uso en contarle nada a usted. Quizás no le importe esperar hasta que yo lo haya hecho, y entonces puede contar algo suyo propio. Nosotros sacamos pajitas para decidir quién debería dormir adentro, y me cayó a mí. ¡Tal suerte tenía siempre ese tipo de Ben, sacando pajitas cuando yo las sostenía! ¡Era pecaminoso! Pero hasta adentro hacía frío, y yo estuve más de una hora para quedarme dormido. Hacia la mañana, sin embargo, me desperté sintiéndome muy cálido y tranquilo. Había luna llena, justo estaba saliendo en el valle debajo, y, brillando adentro del hueco al que yo había entrado, lo hizo todo luminoso como de día.
-Pero, Sam, de acuerdo a mi astronomía, la luna llena nunca sale por la mañana.
-Ahora, ¿quién dijo algo sobre su astronomía? Me gustaría saber ¿quién está contando esto, usted o yo? Siempre piensa que sabe más que yo, y siempre jurando que no es así, y siempre tomando las palabras de mi boca, y… ¿pero cuál es el uso de argumentar con usted? Como estaba diciendo, las serpientes se empezaron a despertar al mismo tiempo que yo lo hacía, las podía oír voltearse hacia sus otros costados y suspirar. De repente una se levantó y bostezó. Tenía buena intención, pero no era la cosa regular a hacer para un ofidio en esa temporada. Poco a poco empezaron a asomar sus cabezas por todo alrededor, asintiendo unos buenos días unas a las otras a través de la estancia, y muy pronto una me vio acostado allí y llamó la atención sobre el hecho. Entonces todas empezaron a agolparse al frente, y a tenderse por los costados de las camas en una franja, para estudiar mis hábitos. Yo no puedo describir el extraño espectáculo: ¡usted hubiera supuesto que era mediados de marzo y una temporada adelante! Había más gusanos de los que yo había contado, y eran más grandes de lo que había pensado. Y cuanto más se despertaban, más ancho bostezaban y más largo se estiraban. Los tipos gordos en las hamacas encima de mí, estaban en peligro de volcarse y romperse el cuello a cada minuto.
-Entonces me pasó por la mente como un destello cuál era el asunto. Hallando que hacía frío afuera, Ben había hecho un fuego rugiente en la cima de la roca, y el calor había timado a los gusanos en la creencia de que era la primavera tardía. Mientras yo estaba acostado allí y pensaba en un hombre crecido por completo, que no tenía ningún sentido mejor que hacer una cosa como esa, estaba lo bastante loco como para matarlo. Perdí la confianza en el género humano. Si yo no hubiera tapado la entrada antes de acostarme, con una piedra redonda grande que el calor había hinchado tanto, que un pisón hidráulico no podría haberla aflojado con un topetazo, debería haberme puesto mi ropa e ido derecho a casa.
-Pero, Sam, usted dijo que la entrada estaba abierta, y la luna brillando adentro.
-¡Ahí va usted de nuevo! Siempre contradiciendo, e insinuando que la luna debe quedarse por horas en una posición, y diciendo que lo ha oído mejor contado por alguien más, ¡y queriendo pelear! Yo le he contado esta historia a su hermano en Milk River más de cien millones de veces, y él nunca dijo una palabra contra ella.
-Yo le creo, Samuel, porque él está sordo como una lápida.
-¡Le cuento qué hacer por él! Yo conozco a un tipo en Smith Valley que lo va a curar en un minuto. Ese tipo ha limpiado la sordera de todo el condado de Washington una docena de veces. Yo nunca conocí un caso de ésta que pudiera alzarse contra él diez segundos. Agarre tres partes de una raíz serpiente con un galón de grasa de carretón, ¡y yo voy a ir a ver si puedo encontrar la prescripción!
Y Sam se fue como un cohete.

Título original: Snaking, publicado por primera vez en Cobwebs from an Empty Skull, 1874, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Bill Anton, Morning at Sycamore Canyon, XXI.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

La bruja de las aves


De la Frau Gaubenslosher se sospechó fuertemente por brujería. Yo no pienso que ella fuera una bruja, pero no me gustaría jurar que no lo era en una corte de ley, a menos que una buena cantidad dependiera de mi testimonio, y hubiera sido apropiadamente sobornado de antemano. Un gran número de personas acusadas de brujería han descreído del cargo con firmeza hasta que, cuando fueron sometidas a disparos con una bala de plata o hervores en aceite, se han hallado incapaces de soportar la prueba. Y se debe confesar que las apariencias estaban en contra de la Frau. En primer lugar ella vivía bastante sola en una foresta, y no tenía una lista de visitantes. Eso era sospechoso. En segundo -y era así, en lo principal, que había adquirido su mala reputación-, todas las aves de corral de la vecindad parecían tenerle la más sin compromiso mala voluntad. Cuando quiera ella pasaba por delante de una bandada de gallinas, patos, pavos o gansos uno de éstos, con las alas caídas, el pescuezo extendido y el pico abierto empezaba una persecución en caliente. A veces toda la bandada se unía por unos pocos momentos con un clamor estridente, pero siempre había uno más veloz y determinado que el resto, y ese uno mantenía la cacería con un celo infatigable y limpiamente fuera de la vista.
En esas ocasiones el susto de la dame1 era doloroso de contemplar. Ella no gritaba -sus órganos de aullar parecían haber perdido su poder- ni, como regla, maldecía, justo se dirigía a sí misma en una silenciosa velocidad rezadora, ¡con cada síntoma del terror abyecto!
La explicación de la Frau sobre esa persecución no natural era singularmente débil. Una cierta noche largo tiempo atrás, decía ella, un pobre ganso enlodado y atenuado había tocado a su puerta por alivio. Éste declaró con acento lastimero que no había comido nada por meses, salvo tachuelas de estaño y una ocasional botella de cerveza, y que no había dormido bajo cubierto en tan largo tiempo, que no sabía lo que era. ¿Le daría ella un lugar en su guarda-fuego, y le buscaría seis u ocho pasteles fríos para distraerlo, mientras le estuviera preparando la cena? A esa petición ella hizo oídos sordos, y él se fue lejos. Él vino de nuevo la noche siguiente, sin embargo, trayendo un certificado por escrito de un clérigo, sobre que su caso era uno merecedor. Ella no lo ayudó, y él partió. La noche después él se presentó de nuevo, con un papel firmado por un oficial relevado de la parroquia, que declaraba que la necesidad de ayuda era la más urgente.
Para ese tiempo la buena naturaleza de la Frau estaba bastante exhausta: lo mató, lo adobó, lo puso en una olla y lo hirvió. Lo mantuvo hirviendo por tres o cuatro días, pero no se lo comió porque sus dientes eran justo como los dientes de nadie, no más débiles acaso, pero ciertamente no más fuertes ni agudos. Así que alimentó con él a una máquina trilladora de una conocida suya, que se las arregló para masticar algunas de las porciones más modernas, pero naufragó sin esperanza hasta el cuello. Desde ese tiempo la pobre belle-dame había vivido bajo el bando de una gran maldición. Las gallinas tomaban tras ella con tal naturalidad como tras un escarabajo volandero, los gansos la perseguían como si fuera un renacuajo fugaz, los patos, los pavos, las aves de guinea acampaban en su rastro con incansable pertinacia.
Ahora, había un fermento de improbabilidad en ese cuento, y ése fermentó toda la masa. Los gansos no duermen, no hay uno en cien de éstos que pudiera sentarse en un guarda-fuego el tiempo suficiente, para decir Jack Robinson. Así, como la Frau vivió mil años antes del nacimiento del sentido común -digamos cerca de medio siglo atrás-, cuando todo lo no común tenía el olor de lo sobrenatural, no había nada que hacer salvo considerarla una bruja. Hubiera estado ella muy débil y marchita las gentes la hubieran quemado, a la mano, pero no les gustaba proceder a los extremos sin una evidencia perfectamente legal. Eran cautelosos, pues habían cometido diversos errores recientemente. Habían sentenciado a dos o tres mujeres a la estaca y, tras ser despojados los miembros y los cuerpos, éstos no habían redimido la horrenda promesa de sus rostros y manos arrugadas. La justicia estaba avergonzada de haber tostado a unas mujeres en comparación rollizas y lo presumible inocentes, y el castigo de ésta fue sabiamente pospuesto hasta que la prueba debiera estar toda adentro.
Pero mientras tanto un joven no agraciado, nombrado Hans Blisselwartle, hizo el sorprendente descubrimiento de que ninguna de las aves que perseguían a la Frau, nunca volvía atrás para jactarse de eso. Una breve carrera marcial parecía haberlas enajenado de las artes de paz y el amor de sus parientes. Lleno de una sospecha indecible, Hans un día las siguió en la retaguardia de una excitante carrera, entre la dame timorata y una pollita vengadora. Éstas eran demasiado rápidas para él, pero irrumpiendo súbitamente por la puerta de la dama algunos quince minutos después, la encontró en el acto de colocar a la némesis desplumada y eviscerada en la estufa de su cocina. La Frau mostró una considerable confusión, y aunque el acusador Blisselwartle no pudo dejar de reconocer en su acto una cierta justicia poética, no pudo ocultarse a sí mismo que había algo burdamente egoísta y sórdido en eso. Pensó que era una buena oferta, como embotellar a un fantasma enojoso y venderlo por luz lunar aclarada, o como cabestrar a una yegua nocturna2 y ponerla en la carreta.
Cuando trascendió que la Frau se comía a sus persecutores plumados, la paciencia de los villanos rehusó honrar la nueva demanda sobre eso: ella fue de una vez arrestada, y acusada de prostituir una noble superstición con un básico fin egoísta. Nosotros vamos a pasar por alto el juicio, es suficiente que fue condenada. Pero incluso entonces no tuvieron corazón para quemar a una mujer de edad mediana, con unos contornos redondos por completo como a una bruja, así que la quebraron sobre la rueda como a un ladrón.
La temeraria antipatía de las aves domésticas hacia esa dama inofensiva, queda por ser explicada. Habiendo rechazado su teoría, yo estoy obligado por honor a adelantar una de las mías. Felizmente un inventario de sus efectos, ahora delante de mí, suministra una base lo tolerable segura. Entre los artículos de propiedad personal advierto “una larga, fina línea de pesca sedosa, y un anzuelo.” Ahora, si yo fuera un ave de corral -digamos un ganso-, y una dama no amiga mía me pasara por delante masticando confituras, y dejara caer un grato gusano gordo, pasando al parecer inconsciente de su pérdida, yo pienso que debería tratar de irme lejos con ese gusano. Y si después de tragármelo, me sintiera arrastrado hacia esa dama por una fuerte atadura personal, supongo que debería ceder si no pudiera evitarlo. Y entonces si la dama eligiera correr y yo eligiera seguirla, haciendo una buena cantidad de ruido, supongo que eso luciría como si estuviera ocupado en una persecución muy reprensible, ¿no sería eso? Con la luz que yo tengo, esa es la manera en que el caso se presenta a mi inteligencia, aunque, por supuesto, puedo estar equivocado.

1Dame, título honorífico en Inglaterra.
2Juego de palabras intraducible, nightmare (literalmente, yegua de la noche), pesadilla.

Título original: A Fowl Witch, publicado por primera vez en Cobwebs from an Empty Skull, 1874, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Ew.com, American Horror StoryXXI.

domingo, 23 de septiembre de 2012

La labor de amor perdida


Joab era un novillo, que estaba cansado de ser cortejado por su piel limpia, suave. Así que reculó a través de un pórtico estrecho seis u ocho veces, lo que hizo a su pelo pararse de forma equívoca. Entonces fue y se frotó los costados grasientos contra un tronco carbonizado. Eso lo hizo lucir desaseado. Usted nunca lució peor en su vida que como Joab lucía.
-Ahora -dijo-, voy a ser amado sólo por mí mismo. Voy a cambiar mi nombre, y pasearme por los pastos nuevos, y todo el afecto que entonces me sea prodigado va a ser puro y desinteresado.
Así que se desvió hacia el bosque y salió al rancho del viejo Abner Davis. Las dos cosas que Abner valoraba más eran un molino de viento y un poste-rascador para cerdos. Éstos eran igualmente bonitos, y la fama de su donosura había llegado al extranjero con amplitud. A éstos Joab naturalmente les prestó atención. El molino de viento, que se llamaba Lucille Ashtonbury Clifford, lo recibió con expresiones del más vívido disgusto. Sus protestas de afecto se encontraron con crujidos de desprecio, y cuando se volvió con tristeza fue recompensado con el azote sonoro de uno de sus volantes. Como novillo caballeroso no se dignó a vengar el insulto volcando a Lucille Ashtonbury, y fue bueno para él que no lo hizo, pues el viejo Abner se paró cerca con una horca y una trinidad de perros.
Disgustado con la egoísta falta de corazón de la sociedad, Joab arrastró los pies y fue pasando por el poste-rascador sin notarlo. (Su nombre era Arabella Cliftonbury Howard.) Súbitamente, ésta pateó a una multitud de puercos que estaban a sus pies, y llamó al novillo rodante del extraño exterior:
-¡Venga aquí!
Joab se detuvo, la miró con sus ojos de buey y, marchando con gravedad, comenzó una vigorosa rascada contra ésta.
-Arabella -dijo él-, ¿usted piensa que podría amar a un novillo de cuero lanudo con pelo negro? ¿Podría amarlo sólo por sí mismo?
Arabella había observado que lo negro salía frotando, y el pelo se asentaba alisado cuando lo acariciaba de forma correcta.
-Sí, yo pienso eso, ¿podría usted?
Eso era un problema: Joab había esperado que ella hablara de negocios. Él no replicó. Era sólo su forma traviesa; ella pensó, naturalmente, que la mejor forma de ganar el amor de cualquier cuerpo, era ser una tonta. Ella vio su equívoco. Se había asociado con cerdos toda su vida, ¡y este tipo era un novillo! Los equívocos debían ser rectificados muy velozmente en estos asuntos.
-Señor, yo tengo por usted una sensación peculiar, puedo decir una ternura. ¡A partir de aquí usted, y sólo usted, va a rascarse contra Arabella Cliftonbury Howard!
Joab estaba encantado, se quedó y se rascó todo el día. Él era amado sólo por sí mismo, y no le importaba nada más que eso. Entonces se fue a su hogar, hizo un toilet elaborado y retornó para asombrarla a ella. ¡Alas!, el viejo Abner había estado por ahí y, viendo cómo Joab la había usado de modo suave e inútil, la había cortado para leña de fuego. Joab echó un vistazo, entonces caminó solemne hacia un claro y, obteniendo a horcajadas con comodidad un montón de troncos ardientes, ¡hizo una barbacoa consigo mismo!
Después de todo Lucille Ashtonbury Clifford, el molino de viento de cabeza mareada, parecía haber obtenido lo mejor de todo esto. Yo he observado que la cabeza mareada, comúnmente, obtiene lo mejor de todo en este mundo, lo que la cabeza de madera y la cabeza de novillo consideran un ultraje. Yo no estoy preparado para decir si lo es o no.

Título original: Love’s Labour Lost, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Jan Mapes, Corriente Cow, XXI.

viernes, 21 de septiembre de 2012

La muchacha del sr. Grile


En una lectura sobre las muchachas, Cady Stanton contrastó el espíritu boyante de los varones jóvenes, con el desaliento enfermizo de las mujeres inmaduras. Eso, decía ella, es porque las últimas son agudamente sensibles al hecho, de que no tienen un objetivo en la vida. ¡Eso es una triste, triste verdad! No hace más que el año pasado la muchacha más joven del escritor, Gloriana, una rubia de piel lechosa cerca de los catorce, vino pensativa a su padre con grandes lágrimas en sus ojos pequeños, y un olvidado bocado de pan con mantequilla yaciendo sin masticar en su boca.
-Papá -murmuró la pobre cosa-, me estoy poniendo un poco horrible, y mi ropa no parece quedarme bien por detrás. Mis días están llenos de anhelos no gratificados, y mis noches no se ponen nada mejor. Papá, yo pienso que la sociedad necesita volverse de adentro para afuera, y raspar. ¡Yo no he tenido nada a qué aspirar, ningún objetivo, ni nada!
La criatura desolada se derramó con soltura en una silla con asiento de mimbre, y su pesar se rompió “como un gran dique roto.”
El escritor la elevó a su rodilla con ternura y la mordió en el cuello con suavidad.
-Gloriana -dijo él-, ¿tú has masticado toda esa melcocha en dos días?
Un sollozo ahogado fue su franca confesión.
-Ahora, mira aquí, Glo -continuó el progenitor bastante severo-, no me dejes oír nunca más sobre las “aspiraciones”, que siempre están adulteradas por una terra alba sin objetivos, que te va a dar cólicos como cualquier cosa. ¡Tú justo toma estas dos piezas de chelines, e invierte cada penique de éstos en pirulíes!
Ustedes tenían que haber visto la sonrisa justa, brillante arrastrarse desde una de esas orejas inocentes a la otra, tenían que haber observado ese rostro esparcirse por todos lados con hoyuelos, debían haber contemplado las lágrimas de júbilo saltar rutilando de sus ojos, y derramarse por toda la camisa limpia de su padre, ¡que él no había tenido puesta más de quince minutos! Cady Stanton era incapaz de traer mal a la familia Grile tanto tiempo, como el precio de los dulces permaneciera inmutable.

Título original: Mr. Grile’s Girl, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: John Singer Sargent, Portrait of girl in sailor outfit, XIX.

Johnny


Johnny es un pequeño de cuatro años de edad, de maneras brillantes, agradables y notable por su inteligencia. La otra noche su madre lo tomó en su regazo y, después de acariciar su cabeza rizada un rato, le preguntó si sabía quién lo hizo. Me apena declarar que en lugar de responder “Papá”, como podía haber sido esperado, Johnny comenzó a atiborrar todo su rostro de pan de jengibre y, finalmente, tuvo un ataque de tos que amenazó con la disolución de su armazón. Habiendo descargado su garganta y aporreado en su espalda, su madre propuso el siguiente, suplementario acertijo:
-Johnny, ¿tú no te das cuenta de que a tu edad, de cada chico pequeño se espera que diga algo brillante en réplica a mi pregunta anterior? ¿Cómo tú puedes deshonrar así a tus padres, como para descuidar esta oportunidad dorada? Piensa otra vez.
El pequeño pilluelo lanzó los ojos al suelo y meditó largo tiempo. Súbitamente, levantó el rostro y empezó a mover los labios. No es sabido qué podría haber dicho, pero en ese momento su madre notó la necesidad apremiante de torcer y limpiar su nariz, lo que realizó con tal dolorosa y consciente unicidad de propósito, que Johnny lanzó un grito de guerra como el de un gato macho en una noche floreciente.
Puede ser objetado que este pequeño cuento no es ni instructivo, ni divertido. Yo nunca he visto alguna historia de un niño brillante que lo sea.

Título original: Johnny, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Karl Witkowski, Boy with an apple, XIX.

jueves, 20 de septiembre de 2012

La raíz de la educación


Un pedagogo de Indiana, quien fue “citado” por zurrar sin misericordia el trasero de una niña pequeña, justificó su acción explicando que “ella persistía en tirarle bolitas de papel cuando su espalda estaba vuelta.” Eso no era una excusa. El sr. Grile una vez enseñó en una escuela en las montañas, y casi cada media hora tenía que quitarse el abrigo, y raspar las pelotitas de papel seco adheridas a la lanita. Él nunca permitió que una nimiedad como esa alterara su paciencia, justo se mantuvo usando esa gabardina hasta que no tuvo lanita, y las pelotitas no se le pegaban. Pero cuando ellos agarraron por mojarlas en mucílago, presentó una queja a la Tabla de directores.
-Joven -dijo el presidente-, si a usted no le gustan nuestras maneras, mejor tire sus papeles y lárguese. Prentice Mulford mantuvo el año escolar por más de seis meses, y nunca dijo una palabra contra las pelotitas.
El sr. Grile explicó brevemente que el sr. Mulford podía haber sido traído por las pelotitas de papel, y a ellos no les importó.
-Eso no tiene uso -dijo otro director-, los niños tienen que ser divertidos.
El sr. Grile protestó que había otras diversiones más animadas, pero el tercer director se levantó ahí y comentó:
-Yo estoy perfectamente de acuerdo con el presidente, este joven mejor que viaje. Yo considero que las pelotitas de papel yacen en la raíz de la educación popular, son un necesario adjunto del sistema escolar. Sr. presidente, yo mociono y segundo que este año el maestro de escuela sea echado.
El sr. Grile no permaneció para observar el resultado de la votación.

Título original: The Root of Education, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Albert Anker, The Creche, 1890.

Margaret, la sin hijos


Esta es, por lo tanto, la historia de ella. Unos cuatro años atrás su marido trajo al hogar un bebé, que dijo lo había hallado tirado en la calle, y que ellos concluyeron iban a adoptar. Casi un año después de eso trajo al hogar otro, y la buena mujer pensó que podía aguantar a ése también. Un período similar pasó, cuando una noche él abrió la puerta y cayó de cabeza en la habitación, jurando con estudiada corrección sobre un perro que se había tropezado con él, pero que tras una inspección resultó ser otro bebé. La sospecha de Margaret se despertó pero, para aliviar la suya, se apresuró a implorarle que adoptaran a ese querido asimismo, con lo que, después de alguna ligera vacilación, él consintió. Otros doce meses rodaron a la eternidad, cuando una noche la dama oyó un ruido en el patio trasero, y yendo afuera vio a su marido laborando en el molinete del pozo con inusitada industria. Cuando el balde se acercó al tope él alcanzó abajo y extrajo a otro infante, exactamente igual que los anteriores, y teniéndolo arriba explicó a la matrona asombrada:
-Mira esto ahora, ¿has visto tú jamás a un joven tan dulce, ir de campaña por la comarca sin una linterna y cayéndose en los pozos? Ahí, lleva a la pobre cosa pequeña al fuego, y quítale la ropa mojada.
Súbitamente, le cruzó como un destello por la mente que había descuidado una obvia precaución, la ropa no estaba mojada, y agregó apresurado:
-No hay que decir qué habría sido de él, una bajada a gatas por esa soga, si yo no lo hubiera visto antes de que se fuera abajo al agua.
En silencio, la buena esposa llevó a ese infante adentro de la casa y lo desvistió, con tristeza lo colocó junto a sus pequeños hermanos y hermana, lloró sobre el cuarteto largo tiempo y con amargura; y entonces, con una tierna mirada a su señor y amo, que fumaba en silencio solemne junto al fuego, y semejaba a éstos con todas sus fuerzas, acomodó su chal alrededor de sus hombros encorvados y se fue lejos en la noche.

Título original: Margaret the Childless, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Carl Wilhelm Huebner, The Mourning Widow, 1852.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

El pequeño Isaac


El sr. Gobwottle llegó a la casa desde una reunión de la Legión de la Temperancia en extremo borracho. Fue a la cama, se amontonó con soltura encima de ésta y olvidó su identidad. Cerca de la media noche su esposa, quien estaba sentada zurciendo unos calcetines, oyó una voz desde lo más profundo del almohadón:
-Dilo, ¿Jane?
Jane dio una puntada viciosa con la aguja, empalando uno de sus dedos, y continuó su trabajo. Hubo un largo silencio, tenuemente puntuado por el ladrido de un perro distante. De nuevo esa voz:
-Dilo, ¡Jane!
La dama colocó a un lado su trabajo y replicó cansada:
-Isaac, ponte a dormir, están quitadas.
Otra y más larga pausa, durante la cual el tic-tac del reloj se volvió doloroso, en la intensidad del silencio que éste parecía estar midiendo.
-¿Jane, qué está quitado?
-Pues tus botas, para estar seguro -replicó la mujer petulante, perdiendo la paciencia-, yo te las quité cuando te acostaste por primera vez.
De nuevo el caballero postrado estuvo quieto. Entonces, cuando la vela de la ama de casa despierta había ardido bien abajo hasta el enchufe, y la gastada llama del hogar estaba expirando azulada con saltos convulsivos, la cabeza de la familia reasumió:
-¿Jane, quién dijo algo sobre las botas?
No hubo réplica. Al parecer ninguna se esperaba, pues el hombre se levantó de inmediato, se alargó afuera como un telescopio y continuó:
-¡Jane, yo debo haber asfixiado a ese mocoso, y lo siento de modo infernal!
-¿Qué mocoso? -preguntó la esposa, volviéndose interesada.
-Pues el nuestro, nuestro pequeño Isaac. Yo te vi ponerlo en la cama la semana pasada, ¡y he estado acostado directo sobre él!
-¿Qué quieres decir bajo del sol? -preguntó la buena esposa-, nosotros no tenemos ningún mocoso, y nunca lo tuvimos, y su nombre no debería ser Isaac si lo tuviéramos. Yo creo que tú estás loco.
El hombre balanceó su bulto de forma bastante inestable, miró con dureza a los ojos de su compañera, y emitió triunfante el siguiente acertijo: 
-¡Jane, mira aquí! Si nosotros no tenemos ningún mocoso, ¡qué truenos es el uso de estar casados!
Pendiente la solución del sustancial problema, su autor fue afuera y buscó en la noche un whisky-skin1.

1Whisky-skin, coctel con agua caliente, azúcar morena, cáscara de limón y 2 onzas de Scotch whisky.

Título original: Little Isaac, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: John Singer Sargent, Peter Harrison Asleep, XX.

El proveedor del niño


El sr. Goboffle tenía un niño pequeño, no esposa, un perro grande y una casa. Como era incapaz de permitirse las expensas de una enfermera, estaba acostumbrado a dejar al niño al cuidado del perro, quien estaba muy apegado a éste, mientras él andaba ausente en un distante restaurante por sus comidas, tomando la precaución de encerrarlos juntos para prevenir el secuestro. Un día, mientras estaba en su cena, se le atascó una patata grande, bien hervida abajo del cuello, y ésta lo condujo a la eternidad. Su barro fue llevado al forense, y el gran mundo siguió casándose y dando en casamiento, mintiendo, engañando y rezando, como si él nunca hubiera existido.
Mientras tanto el perro había, después de varios días de descuido, forzado un egreso a través de una ventana, y un vecino panadero recibía una llamada de él diariamente. Andando con gravedad adentro, éste depositaba una pieza de plata, y recibido un panecito en su cambio se marchaba hacia el hogar. Como éste era un proceder bastante inusual en un perro callejero de su especie, el panadero un día lo siguió, y cuando el perro saltó con júbilo por la ventana de la casa desierta, el hombre de la masa se ​​aproximó y miró adentro. ¡Cuál sería su sorpresa al ver al perro depositar su pan calmado en el suelo, y caer para lamer con ternura la cara de un niño hermoso!
Es más justo explicar que allí no había nada más que una cara restante. ¡Pero ese perro hacía amar tanto al niño!

Título original: The Child’s Provider, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: A History of the Dog in Art By William Secord, 2009. 

martes, 18 de septiembre de 2012

Una confortadora


William Bunker había pagado una multa de doscientos dólares por golpear a su esposa. Después de obtener su recibo fue a la casa mal humorado y se sentó ante el hogar doméstico. Observando su conducta abstraída y melancólica, la buena esposa se aproximó e inquirió la causa con ternura.
-Es un sujeto delicado, querida -dijo él, con una luz de amor en los ojos-, vamos a hablar de algo bueno para comer.
Entonces, con un verdadero instinto de esposa, ella buscó animarlo con un agradable parloteo sobre un nuevo bonnet que él le había prometido.
-¡Ah!, cariño -suspiró, recogiendo el atizador de fuego de modo ausente y volteándolo en sus manos-, vamos a cambiar el sujeto.
Entonces el ídolo de su alma gorjeó una balada inspiradora, lo besó en el tope de la cabeza y mencionó con dulzura que la modista le había enviado la cuenta.
-Vamos a hablar sólo de amor -devolvió él, enrollando su manga derecha de modo pensativo.
Y así ella habló de la casita envuelta en vid, en la que esperaba cariñosamente ellos pronto pudieran sorber juntos los dulces conyugales. William se puso erguido con rigidez, un aire no de la tierra había en su rostro, su pecho pujaba y el atizador de fuego temblaba con emoción. William sintió de forma profunda.
-Mía propia -dijo la buena mujer, ahora irrigando ocupada una masa de pasta nívea para la comida de la noche-, ¿tú sabes que no hay un bocado de carne en la casa?
Es una verdad fría, no amorosa, un hecho triste que enferma el corazón, pero debe ser dicho por el concienzudo novelista. William pagó toda esa solicitud afectiva, toda esa devoción femenina, toda esa fe, confianza y abnegación de una manera, que no necesita ser particularmente especificada.
Una curva corta, aguda en el medio de ese atizador de fuego de hierro, es elocuente de un mal reparado.

Título original: A Comforter, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Patrick James Lynch, The Christmas Miracle of Jonathan Toomey, 1995.

lunes, 17 de septiembre de 2012

El optimista, y de qué murió


Una tarde de verano, mientras vagaba con considerable dificultad por la Colina rusa, en San Francisco, el sr. Grile espiaba a un hombre parado en la cima extrema, con un ceño pensativo y un traje de una ropa que parecía haber sido pasada de mano, a través de una larga línea de ancestros desde un remoto judío buhonero. El sr. Grile saludó de forma respetuosa, un hombre que no tenía ninguna ropa del todo era para él un objeto de veneración. El extraño abrió la conversación:
-Mi hijo -dijo en un tono sugerente de estrangulación por el sheriff-, ¿usted contempla esta maravillosa ciudad, sus muelles atestados por los barcos de todas las naciones?
El sr. Grile contempló con asombro.
-¡Veintiún años atrás, alas!, solían ser sólo veinte -y se enjugó una lágrima-, usted podría haber comprado toda la maldita cosa por una onza mexicana.
El sr. Grile se apresuró a ofrecer un papel de tabaco, que desapareció como una brizna de avena arrastrada hacia una máquina trilladora.
-Yo fui uno de los primeros que…
El sr. Grile lo golpeó en la cabeza con una piedra del pavimento, a modo de cambiar el tópico.
-Joven -continuó él-, ¿usted siente esa brisa vaga? No hay un clima en el mundo…
La reliquia melancólica rompió en un ataque de tos. Tan pronto se hubo recobrado brincó hacia el aire, haciendo una agarrada frenética de algo, pero al parecer sin éxito.
-¡Maldita sea -siseó-, ahí van mis dientes, soplados afuera de nuevo, por cursi!
Una nube de polvo pasante lo escondió por un momento de la vista, y cuando reapareció era un hombre alterado, un paroxismo de asma lo había doblado como un cascanueces.
-Excúseme -resolló-, yo estoy sujeto a esto, lo agarré cruzando el istmo en el 49. Como estaba diciendo, no hay un país en el mundo que ofrezca tales incentivos al inmigrante, como California. Con su suelo fértil, su clima sin rival, su bahía magnífica y el resto de ésta, hay suficiente para todos.
El pionero venerable recogió un bizcocho fragmentado de la calle, y lo devoró. El sr. Grile pensó que eso había ido el tiempo suficiente. Le retorció la cabeza al viejo sujeto esperanzado, se entregó a las autoridades y fue a la vez liberado de cargo.

Título original: The Optimist, and What He Died Of, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: John Singer Sargent, Portrait of L.A. Harrison, Esq., XX.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Historia


Una narración comúnmente no verdadera. La verdad de las historias siguientes aquí, sin embargo, no ha sido exitosamente impugnada:
Una noche el sr. Rudolph Block, de Nueva York, se encontró sentado en una cena junto al sr. Percival Pollard, el distinguido crítico.
-Señor Pollard -dijo-, mi libro, La biografía de una vaca muerta, está publicado de modo anónimo, pero usted puede apenas ser ignorante de su autoría. Aún al reseñarlo habla de éste como la obra del idiota del siglo. ¿Usted piensa que eso justifica el criticismo?
-Yo lo siento mucho, señor -replicó el crítico con amabilidad-, pero no se me ocurrió que usted, realmente, pudiera no desear que el público supiera quién lo escribió.
El sr. W.C. Morrow, quien solía vivir en San José, California, era adicto a escribir historias de fantasmas, que hacían al lector sentir como si un torrente de lagartos, frescos del hielo, le estuvieran corriendo por la espalda y escondiéndose en el cabello. San José en ese tiempo, se creía estaba embrujado por el espíritu visible de un notable bandido nombrado Vásquez, quien había sido colgado allí. El pueblo no estaba muy bien iluminado, y es ponerlo con suavidad decir que San José era renuente a estar afuera por las noches. Una noche oscura en particular dos caballeros estaban al exterior, en el sitio más solitario dentro de los límites de la ciudad, hablando alto para mantener arriba su coraje, cuando llegaron al sr. J.J. Owen, un bien conocido periodista:
-Pues Owen -dijo uno-, ¿qué lo trae por aquí en una noche como ésta? ¡Usted me dijo que ésta es una de las guaridas favoritas de Vasquez! Y usted es un creyente. ¿No tiene miedo de estar afuera?
-Mi querido colega -replicó el periodista con una lúgubre cadencia otoñal en su discurso, como el gemido de un viento cargado de hojas-, yo tengo miedo de estar adentro. Tengo una de las historias de Will Morrow en mi bolsillo, y no me atrevo a ir donde haya luz suficiente para leerla.
El contra-almirante Schley y el representante Charles F. Joy estaban parados cerca del Monumento de la Paz, en Washington, discutiendo la cuestión ¿es el éxito un fracaso? El sr. Joy de súbito rompió en el medio de una frase elocuente, exclamando:
-¡Hola! Yo he oído esa banda antes. La de Santlemann, pienso.
-Yo no oigo ninguna banda -dijo Schley.
-Puesto a pensar, yo tampoco -dijo Joy-, pero veo al general Miles viniendo abajo por la avenida, y ese desfile siempre me afecta de la misma manera, como una banda de latón. Uno tiene que escudriñar las impresiones de uno bastante cerca, o uno va a equivocar su origen.
Mientras el almirante estaba digestando esa apurada comida de filosofía, el general Miles pasó en revista, un espectáculo de impresionante dignidad.
Cuando la cola de la aparente procesión había pasado, y los dos observadores se habían recobrado de la ceguera transitoria, causada por su refulgencia…
-Él parece estarlo disfrutando en sí mismo -dijo el almirante.
-No es nada -asintió Joy de modo pensativo-, que él disfrute una mitad tan bien.
El ilustre estadista, Champ Clark, una vez vivió casi a una milla de la villa de Jebigue, en Missouri. Un día cabalgó al pueblo en su mula favorita y, amarrando a la bestia en el lado soleado de una calle, frente a un salón, fue adentro en su carácter de abstemio, para informar al tabernero que el vino era un mofador. Era un espantoso día caluroso. Muy pronto llegó un vecino y viendo a Clark dijo:
-Champ, no está bien dejar a esa mula allá afuera en el sol. ¡Se va a asar, seguro!, estaba humeando cuando le pasé por el lado.
-Oh, ella está bien -dijo Clark con ligereza-, es una humeante inveterada.
El vecino tomó una limonada, pero sacudió la cabeza y repitió que no estaba bien.
Era un conspirador. Había habido un fuego la noche anterior: un establo justo a la vuelta de la esquina se había quemado, y un número de caballos se habían puesto en su inmortalidad, entre éstos un potro joven que fue asado hasta un rico marrón avellana. Algunos de los chicos habían dejado a la mula del sr. Clark suelta, y sustituido con la parte mortal del potro. De repente otro hombre entró al salón.
-¡Por el amor de misericordia! -dijo, tomándolo con azúcar-, haga remover a esa mula, tabernero: huele.
-Sí -interpuso Clark-, ese animal tiene el mejor olfato de Missouri. Pero si a él no le importa, a usted no le debería.
En el curso de los sucesos humanos el sr. Clark fue afuera, y allí, al parecer, yacían los restos incinerados y encogidos de su cargador. Los chicos no tuvieron ninguna diversión con el sr. Clarke, quien miró el cuerpo y, con la expresión de no-compromiso a la que debía tan mucho de su promoción política, se fue. Pero caminando al hogar tarde esa noche, vio a su mula parada silenciosa y solemne al borde del camino, en la brumosa luz de la luna. Mencionando el nombre de Helen Blazes con un énfasis incomún, el sr. Clark tomó la senda de vuelta con tal dureza como jamás la podría enganchar, y pasó la noche en el pueblo.
El general H.H. Wotherspoon, presidente del Colegio del ejército de guerra, tenía como mascota un babuino de nariz rayada, un animal de inteligencia no común pero imperfectamente hermoso. Retornando a su apartamento una noche, al general le sorprendió y dolió encontrar a Adán (pues así se nombraba la criatura, siendo el general un darwinista), sentado por él y usando su mejor chaqueta de uniforme de dueño, con charreteras y todo.
-¡Tú confundes remoto ancestro! -tronó el gran estratega-, ¿qué quieres decir con estar fuera de la cama después de la siesta?, ¡y con mi chaqueta puesta!
Adán se levantó y, con una mirada de reproche, se puso abajo en todas las cuatro, a la manera de su clase y, arrastrándose por la habitación hacia una mesa, retornó con una tarjeta de visita: el general Barry había llamado y, juzgando por una botella de champagne vacía y diversos cabos de puros, había sido entretenido con hospitalidad mientras esperaba. El general se disculpó con su fiel progenitor y se retiró. Al día siguiente se encontró al general Barry, quien dijo:
-Spoon, viejo, cuando te dejaba la noche pasada, olvidé preguntarte sobre esos puros excelentes. ¿Dónde los conseguiste?
El general Wotherspoon no se dignó a replicar, sino caminó de largo.
-Perdóname, por favor -dijo Barry moviéndose tras él-, yo estaba bromeando, por supuesto. Pues yo supe que no eras tú, antes de haber estado en la habitación quince minutos.

Título original: Story, publicado por primera vez en The Devil's Dictionary, 1911, con la firma: "Ambrose Bierce".
Imagen: Jules Alexandre Grun, The End of Dinner, 1913.

Los muchachos que empezaron mal


Dos pequeños muchachos de California fueron arrestados en Reno por hurto de caballos. Estos habían partido desde Surprise Valley con una cabalgata de treinta animales, y dispusieron de éstos ociosamente a lo largo de su línea de marcha, hasta que fueron recogidos en Reno, como arriba explicado. Yo no me siento muy tranquilo sobre esos jóvenes, ¡lejos allá en Nevada sin sus testamentos! Donde no hay libros de escuelas dominicales los muchachos son tan aptos para jurar, mascar tabaco y robar cajas de esclusa, y una vez que un muchacho empieza a hacer eso último puede así mismo venderlo, ¡está obligado a terminar haciendo algo malo! Yo conocí una vez a un muchacho que empezó robando cajas de esclusa, y fue derecho de mal a peor, hasta que lo último que oí de él fue que estaba en la Legislatura del Estado, elegido por los votos demócratas. Usted nunca vio a alguien tomarlo, como su pobre vieja madre lo hizo cuando oyó sobre eso.
-Hank -dijo ella al padre del muchacho, quien estaba forjando un billete de banco en la esquina de la chimenea-, todo esto viene por no afilarlo cuando era un bebé. Si él hubiera aprendido a deletrear y cifrar, nunca podría haber sido elegido.
Me duele declarar que el viejo Hank no pareció ponerse algo más delgado bajo la desgracia familiar, y su apetito nunca lo dejó por un minuto. El hecho es que el viejo caballero quería ir al Senado de los Estados Unidos.

Título original: Boys who Began Wrong, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Www.southwestart.com, Cowboy Paintings, XXI.

sábado, 15 de septiembre de 2012

El sr. Gish hace un presente


En la temporada de hacer presentes mi amigo Stockdoddle Gish, esq., pensó que cedería tan lejos su superioridad a la insignificante porción de la humanidad afuera de su propio chaleco, como para seguir una de sus costumbres. El sr. Gish tenía una amiga, una mujer delicada de la clase encogida, a quien favorecía con su estimación como una clase de equivalente, por el respeto que ella le concedía cuando él la miraba ceñudo. Nuestro héroe enumeraba entre las bendiciones, que su mérito había extorsionado a la mezquina naturaleza, un sabueso flaco, entre cuya cabeza y cuerpo existía casi la misma proporción, como entre los de un pez gato, al que asimismo semejaba en el asunto de la boca. En cuanto a los costados, ese cachorro precioso no era disímil a un cajón de vajilla cubierto con soltura por una sábana mojada. En el apetito era liberal y cosmopolita, amando una piel de oveja seca, así mismo en proporción con su peso como una caldera de jabón. La villa que el sr. Gish honraba con su residencia, había sido mantenida por algunos años en el mareante borde de la ruina financiera, por la manutención de ese animal.
El lector ya habrá supuesto que era esa bestia, la que nuestro héroe seleccionó para testificar su tolerancia de su dama amiga. Nunca hubo un mayor equívoco. El sr. Gish meramente le presentó a ella un haz de surtidogusanos de carnada, pulcramente amarrados con una cinta rosada atada en un nudo simple. El perro era una reliquia e iba a descender a los Gishes de la siguiente generación, por la directa línea de la herencia.

Título original: Mr. Gish Makes a Present, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Mattias Norén, A Gentleman's Hurricane (detail), 2007.

Su vía férrea


El escritor recuerda, como si fuera sólo ayer, cuando editó el Hang Tree Herald. Por seis meses dedicó su mejor talento, a abogar por la construcción de una vía férrea entre ese lugar y Jayhawk, a treinta millas de distancia. La ruta presentaba todo incentivo. No habría ninguna nivelación requerida, y ni una única curva sería necesaria. Como yacía a través de un llano alcalino deshabitado, el derecho de vía podía ser fácilmente obtenido. Como ninguna terminal tenía otra comunicación con la civilización que la mula de carga, el surtido rodante y otro material debía necesariamente ser construido en Hang Tree, porque la gente del otro extremo no sabía lo suficiente para hacerlo, y no tenía ningún herrero. El beneficio para nuestro lugar era indisputable, éste constituía el encanto más seductor del esquema. Después de seis meses de mentira consciente la compañía fue incorporada, y la primera paletada de álcali se excavó y preservó en un museo, cuando de súbito el diablo le metió en la cabeza a uno de los directores, inquirir públicamente qué cosa el camino estaba designado a cargar. No es necesario decir que la pregunta nunca fue respondida de modo satisfactorio, y la empresa más atrevida de la época fue dejada perfectamente fría. Esa misma noche una diputación de accionistas esperó al editor del Herald, y prescribió un cambio de clima. Ellos dijeron después que el cambio les hizo bien.

Título original: His Railway, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: John Coker, Uintah #20 at Watson, XX.