jueves, 26 de noviembre de 2009

La inmortalidad


El deseo de vida eterna, se ha afirmado comúnmente, es universal, al menos esa es la visión adoptada por los no entendidos en la fe oriental y el carácter oriental. Esos de nosotros, cuyo conocimiento es un poco más amplio, no están preparados para decir que el deseo es universal o incluso general. Si el devoto budista, por ejemplo, desea "vivir siempre", no ha sido exitoso en formular muy claramente el deseo. El tipo de cosa que a éste le place esperar no es lo que deberíamos llamar vida, y no lo que a muchos de nosotros le importaría.
Cuando un hombre dice que toda persona tiene "horror a la aniquilación," podemos estar muy seguros de que no tiene muchas oportunidades para la observación, o que no ha aprovechado todo lo que tiene. La mayoría de las personas van a dormir más bien gustosas, aunque el sueño es una aniquilación virtual mientras dura; y si éste durara para siempre, el durmiente no estaría peor después de un millón de años, que después de una hora de éste. Hay mentes lo suficiente lógicas para pensar en eso de esa forma, y para éstas la aniquilación no es una cosa desagradable de contemplar y esperar.
En este asunto de la inmortalidad, las creencias de las personas parecen ir junto con sus deseos. El tipo que está contento con la aniquilación piensa que la conseguirá, los que quieren la inmortalidad están bastante seguros de que son inmortales, y eso es una asignación de la fe muy confortable. Los pocos de nosotros que quedan desprovistos son los que no se molestan mucho con el asunto, de una forma u otra.
La cuestión de la inmortalidad humana es la más trascendental que la mente es capaz de concebir. Si es un hecho que los muertos viven, todos los demás hechos son, en comparación, triviales y sin interés. La perspectiva de obtener cierto conocimiento respecto a este asunto estupendo, no es alentadora. En todos los países, excepto en los de barbarie, los poderes de las inteligencias más profundas y penetrantes han sido dirigidos, de modo incesante, a la tarea de vislumbrar una vida más allá de esta vida, aunque hoy nadie puede decir con verdad que sabe. Todavía es tanto un asunto de fe, como lo fue siempre.
Nuestras modernas naciones cristianas sostienen la esperanza y la creencia apasionada en otro mundo, aunque el escritor más popular y hablador de su tiempo, el hombre cuyas lecturas obtuvieron la mayor audiencia, el trabajo de cuya pluma le trajo las más altas recompensas, fue el que más arduamente se esforzó por destruir el terreno de esa esperanza y perturbar los cimientos de esa creencia.
El famoso y popular francés, profesor de astronomía espectacular, Camille Flammarion, afirma la inmortalidad porque él ha hablado con almas partidas, que dijeron que eso era verdad. Sí, monsieur, pero seguramente usted conoce la regla sobre la evidencia de oídas. Nosotros, los anglosajones, somos muy particulares sobre eso. Su testimonio es de ese carácter.
M. Flammarion dice:
"Yo no repudio los argumentos presuntivos de los hombres de escuela. Yo meramente los suplanto con algo positivo. Por ejemplo, si usted asumió la existencia de Dios, ese argumento de los escolásticos es bueno. Dios ha implantado en todos los hombres el deseo de la felicidad perfecta. Ese deseo no puede ser satisfecho en nuestras vidas aquí. Si no hubiera otra vida en la que satisfacerlo, entonces Dios sería un engañador. Voilà tout. "
Hay más: el deseo de la felicidad perfecta no implica la inmortalidad, incluso si hay un Dios, pues

1) Dios puede no haberla implantado, pero meramente la sufre para existir, como sufre el pecado de existir, el deseo de riqueza, el deseo de vivir más tiempo del que vivimos en este mundo. No se sostiene que Dios implantó todos los deseos del corazón humano. Entonces, ¿por qué sostener que él implantó el de la felicidad perfecta?
2) Incluso si lo hizo -incluso si un deseo implantado divinamente conlleva su propia satisfacción-, incluso si éste no puede ser satisfecho en esta vida, eso no implica la inmortalidad. Eso implica -sólo- otra vida lo suficiente larga para su satisfacción justo una vez. Una eternidad de satisfacción no es una inferencia lógica de eso.
3) Acaso Dios es “un engañador”. ¿Quién sabe que no lo es? La asunción de la existencia de un Dios es una cosa; la asunción de la existencia de un Dios que es honorable y cándido, de acuerdo a nuestra concepción finita del honor y el candor, es otra.
4) Puede haber un Dios honorable y cándido. Él puede haber implantado en nosotros el deseo de la felicidad perfecta. Puede ser -es- imposible satisfacer ese deseo en esta vida. Aún, la otra vida no está implicada, porque Dios puede no haber intentado que nosotros obtengamos la inferencia de que Él va a satisfacerla. Si es omnisciente y omnipotente, se debe sostener Dios lo ha intentado, cualquier cosa ocurra, pero no el Dios que se asume en la ilustración de M. Flammarion, y puede ser que el conocimiento y el poder de Dios son limitados, o que uno de éstos es limitado.

M. Flammarion es un estudiado, aunque un tanto "amarillo" astrónomo. Él tiene una tremenda imaginación que, naturalmente, es más en casa de lo maravilloso y catastrófico, que en las regiones ordenadas del fenómeno familiar. Para él los cielos son una inmensa pirotecnia, y él es el maestro del espectáculo y pone en marcha los fuegos artificiales. Pero él no sabe nada de lógica, que es la ciencia del pensar recto, y sus visiones de las cosas, por lo tanto, no tienen valor, son nebulosas.
Nada es más claro que nuestra pre-existencia es un sueño, que no tiene ninguna base en absoluto en todo lo que sabemos o podemos esperar saber. De la post-existencia se ha dicho que es la evidencia, o más bien el testimonio, según aseguran los que están en el disfrute presente de ésta, si ésta es disfrutable. Si ese testimonio ha sido dado realmente -y es el único testimonio que merece una consideración momentánea-, es un punto disputable. Muchas personas al vivir esta vida han profesado que la han recibido. Pero nadie profesa, o nunca ha profesado, haber recibido algún tipo de comunicación de una, en la experiencia real de la ante-vida. "Las almas todavía no están vestidas", si éstas son tales, son mudas a la pregunta. La tierra de ultratumba ha sido si no observada, pues a menudo y de forma variada descrita: si no explorada y estudiada, pues cartografiada de modo cuidadoso. Con los muchos recuentos que tenemos de ésta, debe ser fastidioso en verdad quien no pueda estar conforme. Pero de la madre patria que se extiende antes de la cuna, el gran hasta aquí en que todos vivimos si estamos por vivir hasta allá, no tenemos un recuento. Nadie profesa un conocimiento de eso. Ningún testimonio alcanza nuestros oídos de carne en relación con su topografía u otros rasgos, nadie ha sido tan emprendedor como para arrebatarle a sus habitantes reales alguna peculiaridad de su carácter y apariencia, para refrescar nuestra memoria también. Y entre los expertos educados y los defensores profesionales de los mundos que son, hay una negación general de su existencia.
Yo soy de su forma de pensar sobre eso. El hecho de que no tenemos el recuerdo de la vida anterior, es totalmente concluyente para el asunto. El haber vivido una vida no recordada es imposible e impensable, pues no habría nada que conecte la vida nueva con la vieja -ningún hilo de continuidad-, nada que persista de una vida a la otra. El último nacimiento es el de otra persona, de un ser diferente por completo, no relacionado con el primero, un nuevo John Smith que sucede al último Tom Jones.
No nos dejemos engañar aquí por una analogía falsa. Hoy yo puedo recibir un porrazo en la cabeza, que me dará una intermedia temporada de inconsciencia entre ayer y mañana. Después de eso yo puedo vivir hasta una verde vieja edad, sin un recuerdo de nada de lo que supe, o hice, o fue antes del accidente, aunque yo seré la misma persona, pues entre la vida vieja y la nueva habrá un nexus, un hilo de continuidad, algo que abarque el océano de un estado al otro, y el mismo en ambos; a saber, mi cuerpo con sus hábitos, capacidades y poderes. Eso soy yo, eso me identifica para otros como mi yo anterior, me autentica y credencia como la persona que incurrió en la desgracia del cráneo, al desalojar la memoria.
Pero cuando la muerte ocurre, todo es desalojado si la memoria es, pues entre dos existencias meramente mental o espiritual la memoria es el único nexus concebible; la conciencia de la identidad es la única identidad. Vivir otra vez sin la memoria de haber vivido antes, es vivir otra vida. La re-existencia sin el recuerdo es un absurdo, no hay nada que re-exista.

Título original: Immortality, publicado por primera vez en ..., 18..., con la firma: "Ambrose Bierce".
Imagen: Pixdaux nature photography, XIX.