sábado, 6 de octubre de 2012

Serpenteando


Las personas muy habladoras siempre me parecieron estar divididas en dos clases: esas que mienten con un propósito y esas que mienten por el amor de mentir, y Sam Baxter pertenecía con amplia imparcialidad a ambas. Para él la falsedad no era con mayor frecuencia un medio que un fin, pues no sólo mentía sin un propósito, sino con un sacrificio. Yo lo oí una vez leyéndole un periódico a una tía ciega, y falsificando de modo deliberado los reportes del mercado. La buena vieja dama tomaba todo con una fe confiada, hasta que él citó manzanas secas a cincuenta céntimos la yarda por lados no cernidos, entonces ella se levantó y lo desheredó. Sam parecía considerar la fuente de la verdad como una charca estancada, y a sí mismo un ángel cuyo negocio era quedarse cerca y perturbar las aguas.
-Usted sabe, Ben Dean -me dijo Sam un día-, yo estoy en baja con ese tipo, y le voy a contar por qué. En el invierno del 68, él y yo estábamos serpenteando juntos en las montañas, al norte de Big Sandy.
-¿Qué quiere decir con serpenteando, Sam?
-¡Bueno, me gusta esto! Pues reunir serpientes, para estar seguro, serpientes de cascabel para los jardines zoológicos, los museos y los shows-laterales de los circos. Así es como se hace: una partida de serpenteros va a las montañas en el otoño temprano, con provisiones para todo el invierno, y poniendo una serpentera en algún punto central, se ponen a trabajar tan pronto como la temporada letárgica se asienta, y antes de que haya mucha nieve. Yo presumo usted sabe que cuando las noches empiezan a ponerse frías, las serpientes se meten debajo de las grandes piedras planas, se acurrucan juntas y se acuestan ahí tiesas congeladas, hasta que los días cálidos de la primavera las entonan para el negocio.
-Nosotros vamos por alrededor, levantamos las rocas, atamos a los gusanos en bultos convenientes y los cargamos al serpentero, donde, durante la temporada de nieve, son surtidos, etiquetados de acuerdo a la calidad y empaquetados para el transporte. A veces un único showman tiene tantos, como una docena de serpenteros en las montañas todo el invierno.
-Ben y yo estábamos afuera un día, y habíamos reunido unos pocos fardos de las primeras, cuando descubrimos una piedra amplia que mostraba buenos indicios, pero que no podríamos levantar. Toda la parte superior de la montaña parecía estar edificada, mayormente, sobre esa misma piedra. No había nada que hacer salvo socavarla, excavar debajo, usted sabe; así que tomando la pala yo pronto ensanché el hueco, en el que las criaturas se habían metido, hasta que éste hubiera admitido mi cuerpo. Arrastrándome adentro, encontré una suerte de celda en la roca sólida, abarrotada casi por completo de hermosas serpientes, algunas de ellas tan largas como un hombre. ¡Usted hubiera disfrutado con esos gusanos! Estaban dispuestas con esmero alrededor de los costados de la cueva, e incluso una docena en cada litera, y algunas raras oscilando desde el techo en hamacas, como los marineros. Para ese tiempo yo las había contado con rudeza, como éstas yacían, estaba oscuro y nevando con malicia. No había un volver atrás al cuartel general esa noche, y había espacio sólo para uno de nosotros adentro.
-¿Adentro de qué, Sam?
-¡Vea aquí!, ¿ha ​​estado escuchando lo que yo le estoy contando, o no? No hay uso en contarle nada a usted. Quizás no le importe esperar hasta que yo lo haya hecho, y entonces puede contar algo suyo propio. Nosotros sacamos pajitas para decidir quién debería dormir adentro, y me cayó a mí. ¡Tal suerte tenía siempre ese tipo de Ben, sacando pajitas cuando yo las sostenía! ¡Era pecaminoso! Pero hasta adentro hacía frío, y yo estuve más de una hora para quedarme dormido. Hacia la mañana, sin embargo, me desperté sintiéndome muy cálido y tranquilo. Había luna llena, justo estaba saliendo en el valle debajo, y, brillando adentro del hueco al que yo había entrado, lo hizo todo luminoso como de día.
-Pero, Sam, de acuerdo a mi astronomía, la luna llena nunca sale por la mañana.
-Ahora, ¿quién dijo algo sobre su astronomía? Me gustaría saber ¿quién está contando esto, usted o yo? Siempre piensa que sabe más que yo, y siempre jurando que no es así, y siempre tomando las palabras de mi boca, y… ¿pero cuál es el uso de argumentar con usted? Como estaba diciendo, las serpientes se empezaron a despertar al mismo tiempo que yo lo hacía, las podía oír voltearse hacia sus otros costados y suspirar. De repente una se levantó y bostezó. Tenía buena intención, pero no era la cosa regular a hacer para un ofidio en esa temporada. Poco a poco empezaron a asomar sus cabezas por todo alrededor, asintiendo unos buenos días unas a las otras a través de la estancia, y muy pronto una me vio acostado allí y llamó la atención sobre el hecho. Entonces todas empezaron a agolparse al frente, y a tenderse por los costados de las camas en una franja, para estudiar mis hábitos. Yo no puedo describir el extraño espectáculo: ¡usted hubiera supuesto que era mediados de marzo y una temporada adelante! Había más gusanos de los que yo había contado, y eran más grandes de lo que había pensado. Y cuanto más se despertaban, más ancho bostezaban y más largo se estiraban. Los tipos gordos en las hamacas encima de mí, estaban en peligro de volcarse y romperse el cuello a cada minuto.
-Entonces me pasó por la mente como un destello cuál era el asunto. Hallando que hacía frío afuera, Ben había hecho un fuego rugiente en la cima de la roca, y el calor había timado a los gusanos en la creencia de que era la primavera tardía. Mientras yo estaba acostado allí y pensaba en un hombre crecido por completo, que no tenía ningún sentido mejor que hacer una cosa como esa, estaba lo bastante loco como para matarlo. Perdí la confianza en el género humano. Si yo no hubiera tapado la entrada antes de acostarme, con una piedra redonda grande que el calor había hinchado tanto, que un pisón hidráulico no podría haberla aflojado con un topetazo, debería haberme puesto mi ropa e ido derecho a casa.
-Pero, Sam, usted dijo que la entrada estaba abierta, y la luna brillando adentro.
-¡Ahí va usted de nuevo! Siempre contradiciendo, e insinuando que la luna debe quedarse por horas en una posición, y diciendo que lo ha oído mejor contado por alguien más, ¡y queriendo pelear! Yo le he contado esta historia a su hermano en Milk River más de cien millones de veces, y él nunca dijo una palabra contra ella.
-Yo le creo, Samuel, porque él está sordo como una lápida.
-¡Le cuento qué hacer por él! Yo conozco a un tipo en Smith Valley que lo va a curar en un minuto. Ese tipo ha limpiado la sordera de todo el condado de Washington una docena de veces. Yo nunca conocí un caso de ésta que pudiera alzarse contra él diez segundos. Agarre tres partes de una raíz serpiente con un galón de grasa de carretón, ¡y yo voy a ir a ver si puedo encontrar la prescripción!
Y Sam se fue como un cohete.

Título original: Snaking, publicado por primera vez en Cobwebs from an Empty Skull, 1874, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Bill Anton, Morning at Sycamore Canyon, XXI.