domingo, 9 de septiembre de 2012

El cerdo de Scolliver


Una de las máximas de Thomas Jefferson es como sigue: “Cuando estés enojado, cuenta hasta diez antes de hablar, si estás muy enojado, cuenta hasta cien.” Yo una vez conocí a un hombre que había cuadrado su conducta por esa regla, con el resultado más gratificante. Jacob Scolliver, un hombre propenso al mal temple, un día empezó a cruzar los campos para visitar a su padre, a quien le permitía de modo generoso cultivar una esquina menuda de la vieja hacienda. Encontró al viejo caballero detrás del establo, inclinado sobre un barril que estaba ladeado en un ángulo de setenta grados, y del cual salía una nube de vapor. El Scolliver père estaba, evidentemente, escaldando el extremo de un cerdo muerto, una operación esencial para el aflojado del pelo, para que el cadáver pudiera ser pelado y afeitado.
-Buenos días, padre -dijo el sr. Scolliver aproximándose, y desplegando una sonrisa larga, alentadora-. ¿Tiene un grato asador ahí?
La cabeza del caballero mayor se volvió con lentitud y firmeza, como sobre un pivote, hasta que sus ojos apuntaron hacia atrás; entonces sacó los brazos fuera del barril y, finalmente, girando su cuerpo hasta que éste encajó con la cabeza, de forma deliberada, se montó sobre el bloque de soporte, y se sentó sobre el agudo borde del barril en el vapor caliente. Entonces replicó:
-Buenos días Jacob. Linda mañana.
-Un poco de calor en el sitio, yo debía imaginar -devolvió el hijo-. ¿Usted encuentra eso un asiento cómodo?
-Pues sí, es bastante bueno para un hombre viejo -respondió con una voz levemente ronca, y con un gesto inquieto de las piernas-, no hace mucha diferencia en esta vida dónde nos sentemos, si estamos bien, ¿es así? Este mundo no es el cielo, de todos modos, yo supongo.
-Ahí yo no estoy de acuerdo con usted por entero -contestó el hombre joven, componiendo su cuerpo sobre un tocón para un argumento filosófico.
-Yo no estoy tampoco -agregó el viejo de forma ausente, atornillándose sobre el borde del barril y construyendo una mueca dolorosa.
No hubo un argumento, sino un silencio en su lugar. Súbitamente, el sujeto anciano saltó del barril con una gran prisa excesiva, como la de uno que ha puesto su mente para hacer una cosa, y está impaciente por la demora. El asiento de su pantalón estaba bastante vaporoso, el barril volcado y había una gran lavaza de agua caliente, dejando el depósito del cerdo moteado. ¡En vida ese cerdo había pertenecido al sr. Scolliver más joven! El sr. Scolliver más joven estaba enojado pero, recordando la máxima de Jefferson, recitó hasta el número diez, terminando con un:
-¡Tú, ladrón!
Entonces, percibiéndose muy enojado, empezó todo de nuevo y corrió hasta cien, como un mono corretea arriba por una escalera. Mientras la última sílaba se disparaba de sus labios, plantó un golpe espantoso entre los ojos del hombre viejo, con un aullido que sonó como:
-¡Tú, hijo de cocinero marino!
El sr. Scolliver mayor fue abajo como una carne golpeada, y su hijo después explicó a menudo que, si él no hubiera contado hasta cien, y así se diera tiempo para volverse loco por completo, no habría creído que pudiera jamás haber barrido al hombre viejo.

Título original: The Scolliver Pig, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile". 
Imagen: Frederick Herring, Saddleback Pigs and Ducks in a farmyard, XIX.