jueves, 2 de agosto de 2012

Una carga de gatos


El día 16 de junio de 1874 el barco Mary Jane zarpó de Malta, pesadamente cargado de gatos. Esa carga nos dio un buen montón de problemas. No estaba en fardos, pero había sido vertida suelta en la bodega. El capitán Doble, quien una vez había comandado un barco que cargaba carbones, dijo que había hallado ese plan era el mejor. Cuando la bodega estuvo llena de gatos, la escotilla fue listoneada abajo y nosotros nos sentimos bien. Por infortunio el piloto, pensando que los gatos estarían sedientos, introdujo una manguera por una de las escotillas y bombeó una considerable cantidad de agua, y los gatos de los niveles más bajos se ahogaron todos.
Ustedes han visto un gato muerto en un estanque: recuerdan su circunferencia en la cintura. El agua multiplica la magnitud de un gato muerto por diez. El primer día afuera se observó que el barco estaba muy tirante. Estaba tres pies más ancho de lo usual y tanto como diez pies más corto. La convexidad de su cubierta había aumentado visiblemente de proa a popa, pero se volteaba arriba en ambos extremos. La pala estaba bien limpia de agua, y respondía al timón sólo cuando corría directo contra una brisa fuerte: la pala, cuando se pervertía a un costado, se frotaba contra el viento y lo giraba en redondo, y entonces no obedecía más. Debido a la curvatura de la quilla los mástiles se ponían juntos en el tope, y un marinero que había ido arriba por el trinquete se quedó perplejo, vino abajo por la mesana, miró sobre la popa a las retiradas costas de Malta y gritó: “¡Tierra, ho!” Las ataduras del barco todas estaban cediendo, el agua a cada costado era azotada hasta la espuma, por la tempestad de pernos volantes que éste derramaba a cada pulsación de la carga. Se estaba demoliendo a sí mismo tranquilo sin la asistencia del viento o las olas, por la pura energía interna de la expansión felina.
Yo fui a hablar con el patrón sobre eso. Éste estaba en su posición favorita, sentado en la cubierta, apoyando su espalda contra la bitácora, haciendo una V con sus piernas, y fumando.
-Capitán Doble -dije, tocando de forma respetuosa mi sombrero, cual realmente no era digno de respeto-, este palacio flotante es afligido por la curvatura de su espina dorsal, y asimismo está bastante hinchado.
Sin levantar los ojos él reconoció cortésmente mi presencia, golpeando las cenizas de su pipa.
-Permítame, capitán -dije con simple dignidad-, repetir que este barco está muy hinchado.
-Si eso es verdad -dijo el marino galante, alcanzando su bolsa de tabaco-, pienso que sería bueno fregarlo por abajo con linimento. Hay una botella de éste en mi camarote. Mejor sugiéraselo al piloto.
-Pero, capitán, no hay tiempo para un tratamiento empírico, algunos de los tablones en la línea del agua han partido.
El patrón se levantó y miró sobre la popa, hacia la tierra, fijó sus ojos en la estela espumosa, contempló fijamente el agua a estribor y el puerto. Entonces dijo:
-Mi amigo, toda la maldita cosa ha partido.
Con tristeza y en silencio, me volteé de ese hombre obstinado y caminé hacia adelante. Súbitamente, “¡hubo un reventón de sonido tronante!” La escotilla que había aguantado abajo la carga, fue arrojada girando al espacio y navegó en el aire como una hoja soplada. Empujando arriba por la vía de la escotilla había una columna de gatos alisada, cuadrada. Ésta crecía de modo grandioso e impresionante, se levantaba lenta, serena y majestuosa hacia la bóveda, la quilla relajante separando las cabezas de los mástiles para darle una oportunidad justa. Yo he estado parado en Nápoles y visto el Vesubio pintando el pueblo de rojo, desde Catania he notado a lo lejos, en los flancos del Etna, la espantosa persecución de la lava al gallo asombrado y al cerdo desesperado. El fluido fogoso del cráter del Kilauea, pujando él mismo hacia las forestas y lamiendo la comarca entera hasta limpiarla, es tan familiar para mí como mi lengua madre. Yo he visto glaciares con mil años de edad y bastante pelados, partiendo para un valle lleno de turistas a razón de una pulgada al mes. Yo he visto la solución saturada de un campamento minero yendo abajo por un río de montaña, para hacer una llamada sociable a los granjeros del valle. Yo he estado parado detrás de un árbol en un campo de batalla, y visto una compacta milla cuadrada de hombres armados moviéndose con ímpetu irresistible hacia la retaguardia. Cuando quiera algo grandioso en magnitud o movimiento era facturado para aparecer, yo me las arreglaba comúnmente para abrirme camino hacia el espectáculo, y al reportarlo era un hombre de veracidad inescrupulosa; ¡pero raramente había observado algo como esa sólida, grisácea columna de gatos malteses!
No es necesario explicar, supongo, que cada individual gato grisáceo del equipo, con esa disposición de recursos que distingue a la especie, había aferrado con dientes y uñas a tantos otros como pudiera enganchar. Eso preservaba la formación. Ponía la columna tan tiesa, que cuando el barco rodaba (y el Mary Jane era un diablo para rodar) oscilaba de lado a lado como un mástil, y el piloto dijo que si crecía muy alto, tendría que haber ordenado que la cortaran del todo o nos volcaría.
Algunos de los marineros fueron a trabajar con las bombas, pero éstas no descargaron nada salvo pelaje. El capitán Doble levantó los ojos de sus pies y gritó: “¡Deja ir el ancla!”, pero estando asegurado de que nadie la estaba tocando, se disculpó y reasumió su ensueño. El capellán dijo que si no había objeciones le gustaría ofrecer una oración, y un jugador de Chicago, mostrando un mazo de cartas, propuso lanzar en ruedo por la primera jota. El plan del párroco fue adoptado, y mientras él profería el “amén” final los gatos arremetieron con un himno.
Todos los vivos estaban ahora encima de la cubierta, y cada hijo de madre de ellos cantaba. Cada uno tenía una linda voz justa, pero no oído. Casi todas sus notas en el registro más alto eran más o menos cascadas y desobedientes. La cosa notable sobre las voces era su rango. En esa multitud había gatos de diecisiete octavas, y el average no podría haber sido menor de doce.

Número de gatos, como por factura                     127, 000
Número estimado de muertos hinchados                  6, 000

Total de cantores                                                 121, 000
Average en número de octavas por gato                        12

Total de octavas                                              1, 452, 000

Fue un gran concierto. Duró tres días y noches o, contando cada noche como siete días, veinticuatro días en conjunto, y nosotros no podíamos ir abajo por provisiones. Al final de ese tiempo el cocinero vino sacudiendo algunos frijoles en un sombrero, y teniendo un gran cuchillo.
-Colegas del barco -dijo-, nosotros hemos hecho todo lo que los mortales pueden hacer. Vamos ahora a echar suertes.
Fuimos vendados en los ojos por turno y echamos suertes, pero justo mientras el cocinero estaba forzando el frijol negro fatal sobre el hombre más gordo, el concierto se cerró con una brusquedad que despertó al hombre en el mirador. Un momento después cada gato grisáceo relajaba su tenencia de sus vecinos, la columna perdió su cohesión y, con 121, 000 porrazos sordos, enfermizos que golpearon como uno, todo el negocio cayó en la cubierta. Entonces con un salvaje gemido de despedida la hueste felina saltó bufando al mar ¡y arremetió hacia el sur de la costa africana!
La extensión sureña de Italia, como todo escolar conoce, semeja en la forma una bota enorme. Nosotros habíamos derivado a la vista de ésta. Los gatos en la fábrica la habían espiado, y sus imaginaciones alertadas fueron afectadas al instante por un vívido sentido del tamaño, peso y probable ímpetu de su arrojado sacabotas.

Título original: A Cargo of Cat, publicado por primera vez en Wasp, 1885, con el seudónimo: "B". 
Imagen: Yasmina, Mercator, XX.