sábado, 11 de agosto de 2012

La carrera de Left Bower


-Está todo muy bien para ustedes, los británicos, el ir burreando por la comarca, tratando de pegarle al rastro de las minas en que han salado su capital suelto -dijo el coronel Jackhigh, poniendo su vaso vacío sobre el mostrador y secando sus labios con la manga del abrigo-, pero cuando llega a las carreras de caballos, pues yo me conseguí un cayuse1 que puede ponerse por encima de todos los purasangres, que vuestro pequeño manto-ornamento de isla cazueleó jamás, ¡apuesten sus calzones a que yo lo tengo! Hablan de sus ganadores del Durby, pues ese pequeño pedazo de bestia mío, va a tomar el bocado en sus dientes y mostrarles el camino hacia el horizonte, como si estuviera tomando su paseo matinal y estuvieran tratando de mantener un ojo sobre él, para ver que no se hiciera una herida, ¡eso es lo que él haría! Y nunca ha corrido una carrera con alguna cosa más ágil que un indio en toda su vida, es un amateur verde, ¡él lo es!
-Oh, muy bien -dijo el inglés con una sonrisa tranquila-, es bastante fácil saldar el asunto. Mi animal está en una tolerable buena condición, y si el suyo está en el pueblo, nosotros podemos tener la carrera el día de mañana, por cualquier estaca que le guste, hasta los cien dólares.
-Eso es justo una higa -dijo el coronel-, apúntelo, tabernero. Pero eso es como masacrar a los inocentes- agregó medio remordido, mientras se volteaba para irse-, es apostar a una cosa segura muerta, ¡eso es lo que es! Si mi cayuse supiera de qué yo estaba a punto, iría y se partiría una pata para hacer una carrera justa.
Así fue arreglado que la carrera iba a salir a las tres en punto el día siguiente, en la mesa, a alguna distancia del pueblo. Tan pronto como la noticia llegó al exterior, toda la población de Left Bower y vecindad tiró el trabajo y se congregó en los diversos bares para discutirlo. El inglés y su caballo eran los favoritos en general y, aparte de la impopularidad del coronel, nadie había visto jamás su “cayuse”. Aún el elemento del patriotismo llegó, haciendo las apuestas casi muy niveladas.
El curso de la carrera fue marcado en la mesa, y en la hora señalada cada uno estaba allí excepto el coronel. Fue arreglado que cada hombre debiera montar su propio caballo, y el inglés, quien había adquirido algo del porte libre y fácil que distingue al “minero aguzado”, ya estaba arriba de su animal magnífico, con una pierna lanzada con descuido a través del pomo de su montura mexicana, mientras chupaba su puro con calmada confianza en el resultado de la carrera. Estaba consciente también de que poseía la simpatía secreta de todos, incluso de esos quienes habían sentido era su deber apostar contra él. El juez, reloj en mano, se estaba poniendo impaciente, cuando el coronel apareció a casi media milla de distancia, y se abalanzó sobre la multitud. Cada uno estaba ansioso por inspeccionar su montada, y tal montada como esa resultó ser nunca fue vista antes, ¡incluso en Left Bower!
Ustedes han visto “esqueletos perfectos “ de caballos bastante a menudo, sin dudas, pero ese animal no era incluso un esqueleto perfecto, habían huesos perdidos aquí y allá, que ustedes no hubieran creído la bestia pudiera haberse ahorrado. ¡“Pequeña”, la había llamado el coronel! Ésta no era una pulgada menos de dieciocho palmos de altura, y largamente fuera de toda proporción razonable. Estaba tan hundida de lomo, que parecía haber sido doblada en una máquina. No tenía cola ni crin, y su cuello, tan largo como un hombre, se quedaba derecho hacia arriba en el aire, soportando una cabeza sin orejas. Sus ojos tenían una expresión en sí de redomada insanidad, y los músculos de su cara estaban afligidos por convulsiones periódicas, que echaban atrás las esquinas de la boca y arrugaban el labio superior así, como para producir una sonrisa fantasmal cada dos o tres segundos. Era de color “arcilloso” con grandes borrones de blanco, como si hubiera sido acribillada con menudas bolsas de harina. La torcedura de sus patas estaba más allá de toda comparación, y en cuanto a su andar era el de un camello ciego, caminando en diagonal por innumerables zanjas profundas. En conjunto lucía como el crudo resultado del primer experimento de la naturaleza en equifacción.
Cuando ese libelo de todos los caballos arrastró las patas hacia el poste de salida, hubo un grito general, ¡las simpatías de la multitud cambiaron en un parpadeo de ojo! Cada uno quería apostarle a éste, y el mismo inglés se restringió de hacerlo sólo por un sentido de honor. Se estaba haciendo tarde, sin embargo, y el juez insistió en que empezaran. Ellos se zafaron muy bien juntos, y viendo que la yegua estaba lenta de modo inconsciente, el inglés pronto sacó su animal y permitió que la cosa fea le pasara, así como para disfrutar una vista posterior de ésta. Eso selló su destino. El curso había sido marcado en un círculo de dos millas de circunferencia, y de algunos veinte pies de anchura, los límites definidos llanamente por surcos pequeños. Antes de que los animales hubieran ido una media milla, a ambos les había sido permitido asentarse en una caminata confortable, en la que continuaron tres cuartas partes del camino alrededor del anillo. Entonces el inglés pensó que era tiempo de usar el látigo y galopar a medias.
Pero no lo hizo. Cuando llegaba al costado del "Relámpago Expreso", cuando la multitud había empezado a llamarla, la criatura volteó su cabeza hacia atrás en diagonal, y dejó caer una sonrisa. ¡La bestia invasora se paró como si le hubieran disparado! Su jinete manejó el látigo, y la forzó otra vez hacia adelante sobre la pista de la arpía equina, pero con el mismo resultado.
El inglés estaba ahora alarmado, luchaba varonilmente con la rienda, el látigo y el grito, en medio del vitoreo tremendo y la risa inextinguible de la multitud, para forzar el paso de su animal ahora por este lado, ahora por ese, pero no lo haría. Provocado por el demonio en la concavidad de su lomo, el cuadrúpedo impensable soltaba sus sonrisas a derecha e izquierda con tal exactitud estacional, que una y otra vez la bestia competidora le estaba pegando a “todos los del montón”, justo en el momento del éxito aparente. Y finalmente, cuando con una racha tremenda su jinete se esforzó para empujarla de largo, a media docena de pasos del poste ganador, la pesadilla encarnada se volteó a medias en escuadra y fijó sobre él una mirada portentosa, entregando al mismo tiempo una mueca de tal fantasmagoría prodigiosa, que el pobre purasangre, con un aullido de terror casi humano, giró a medias, y arrancó lejos hacia la retaguardia con la velocidad del viento, dejando al coronel como un fácil ganador en veinte minutos y diez segundos.

1Pony indio-americano.

Título original: The Race at Left Bower, publicado por primera vez en Fun, 1874, con la firma: "Ambrose Bierce".
Imagen: Herman Wendleborg Hansen, Cowboy Race, XX.