martes, 26 de junio de 2012

La laguna de Jim Beckwourth


No mucho después de eso (dijo el viejo Jim Beckwourth, empezando una nueva historia), había una partida de alrededor una docena de nosotros, abajo en la comarca de Powder River, después de Buffalo. ¡Era el peor lugar! Sólo piensen en el sitio más árido y estéril que jamás vieron, o jamás van a ver. Ahora tomen ese sitio y dóblenlo: eso es donde estábamos. Un día, alrededor del mediodía, paramos cerca de un pequeño arroyo enfermizo, que estaba justo lo suficiente húmedo, para haber engañado a algunos endebles racimos de alambre de bonnet, al asentarse como hierba a lo largo de sus orillas. Después de piquetear a los caballos y las mulas de carga, tomamos un almuerzo y entonces, mientras los otros fumaban y jugaban a las cartas por medio dólar, yo tomé mi rifle y caminé hacia las colinas, para ver si podía encontrar un conejo ciego o un antílope cojo, que hubieran sido incapaces de dejar la comarca. Mientras iba oía, con intervalos de alrededor un cuarto de hora, un extraño sonido palpitante, como de un trueno apagado, que se hacía más distinto mientras avanzaba. De repente llegué a un lago de cerca una milla de diámetro, y casi circular. Estaba tan calmado incluso como un espejo, pero yo podía ver por una ligera neblina vaporosa encima de éste, que el agua estaba cerca de un calor hirviente, una circunstancia no muy incomún en esa región. Mientras miraba, unas burbujas grandes empezaron a subir a la superficie, a perseguirse unas a otras alrededor y a estallar; y súbitamente, sin algún otro movimiento preliminar, ocurrió el suceso más espantoso y admirable del que (con una única excepción) ¡ha sido jamás mi suerte ser testigo! Yo me paré clavado en el sitio con horror, y cuando todo hubo acabado, y de nuevo el lago yació sonriendo con placidez delante de mí, di gracias al Cielo de modo silencioso, por que había estado parado a cierta distancia de la charca engañosa. En un cuarto de hora la escena temible se repitió, precedida como antes por la subida y el estallido de las burbujas, y produjo en mí un sumo terror, pero después de verla tres o cuatro veces me sentí calmado. Entonces fui de vuelta al campamento, y le dije a los muchachos que había una laguna lo tolerable interesante cerca, si les importaban tales cosas.
Al principio no les importó, pero cuando yo me hube lanzado con unas pocas mentiras, sobre los brillantes tonos del agua y el gran número de cisnes, ellos pusieron abajo sus cartas, dejaron a Dave el Cojo para mirar por los caballos, y me siguieron de vuelta para ver. Justo antes de que cruzamos la última cadena de colinas, oímos un sonido tronante adelante, que asombró un tanto a los muchachos, pero yo no dije nada, hasta que nos paramos en una loma baja que dominaba el lago. Allí yacía éste, tan pacífico como un indio muerto, de un color gris mate, y tan inocente de aves acuáticas como un bebé recién nacido.
-¡Ahí! -dije triunfante, apuntando a éste.
-Bueno -dijo Bill Buckster, apoyándose en su rifle y sondeándolo de forma crítica-, ¿cuál es el asunto con la laguna? Yo no veo nada en ese charco.
-¿Dónde están los cisnes? -preguntó Gus Jamison.
-¿Y el agua prismática? -agregó Jack el Rechoncho.
-¡Bueno, me gusta esto! -arrastró Pete la Francesa-. ¿A qué trueno te refieres, tú fraude oculto de montura colorada?
Yo estaba un poco molesto con todo eso, en particular, mientras el lago parecía haber enterrado el hacha por ese día, pero pensé que lo haría “con mi cara dura”.
-¡Ustedes sólo esperen! -repliqué de modo significativo.
-¡Oh, sí! -exclamó el Rechoncho de forma irrisoria-, por supuesto, muchachos, ustedes deben esperar. No hay uso en apremiar al ganado, ustedes no deben apurar al buco. ¡Sólo esperar hasta que algún leñador venga con un arcoiris derretido, y se ponga la pintura de guerra1!, ¡y que otro leñador traiga unos huevos de cisne, se siente sobre éstos y los empolle!, ¡y yo teniendo los dos bowers y el as!-, agregó lamentando, pensando en la certeza que había dejado, para seguir una esperanza ilusoria.
Entonces les apunté a un amplio margen de arcilla mojada y vaporosa, que rodeaba el agua por todos los costados, y les pregunté si eso no era digno de venir a ver.
Eso! -exclamó Gus-. ¡Yo he visto la misma cosa mil millones de veces! Eso es una cosa regular en Idaho. La arcilla chupa el agua y la suda afuera.
Para verificar su teoría empezó a alejarse, abajo hacia la costa. Yo estaba preocupado por Gus, pero no me atreví a llamarlo de vuelta, por miedo a traicionar mi secreto de alguna manera. Además, sabía que él no iba a llegar, y no debía haber sido tan escéptico, de todos modos.
Justo entonces dos o tres burbujas grandes subieron a la superficie, y explotaron de forma silenciosa. Rápido como un relámpago, caí sobre mis rodillas y levanté mis brazos.
-Ahora que el cielo otorgue a mi oración -empecé con una solemnidad espantosa-, y mande al gran Ranunculus a perder la atadora cadena de la concupiscencia, arrojando una acuosidad multitudinaria sobre las cabezas de esta generación perversa y sentenciosa, ¡abrumando a estos mofadores diametrales en una Constantinopla superciliar!
Yo sabía que las largas palabras iban a impresionar sus almas simples, con la creencia de que realmente estaba orando, y tenía razón, pues cada hombre se quitó el sombrero y se paró mirándome fijamente, con una mirada mezclada de reverencia, incredulidad y asombro, pero no por largo tiempo. Pues antes de que yo pudiera decir amén, suyo de verdad o algo, el cuerpo de agua entero se disparó hacia arriba quinientos pies en el aire, tan alisado como una columna de cristal, enrizado sobre unas anchas cataratas verdosas, cayendo hacia afuera con fragor y trueno, como la explosión de mil cañones subterráneos, luego surgiendo y girando de vuelta al centro, ¡en una vaporosa, retorcida masa de espuma nívea!
Mientras me ponía de pie, para meter mi mano en el bolsillo por una mascada de tabaco, miré complacido alrededor hacia mis camaradas. Jack el Rechoncho estaba parado paralizado, su cabeza lanzada atrás en un ángulo alarmante, precisamente, como la había inclinado para ver la columna ascendente, y su cuello de algún modo fuera de juntura, mantenido ahí. Todos los demás estaban bajados sobre sus huesos medulares, blancos de terror, orando con extraordinaria fervencia, cada uno tratando lo mejor posible de dominar la jerga ridícula que me habían oído usar, pero empleándola con un descuido del sentido y la aptitud incluso mayor, de cómo yo lo hice. Lejos, sobre la siguiente cadena de colinas, hacia el campamento, había algo que parecía como una araña gigante, trepando la abrupta ladera de la colina arenosa, y resbalando abajo una pizca más rápido de lo que iba arriba. Era Dave el Cojo, quien había abandonado su encargo equino, para llegar a última hora y ver a los cisnes. Él había visto suficiente, y ahora estaba tratando, a su manera débil, de ir de vuelta al campamento.
En unos pocos minutos, yo había puesto la cabeza del Rechoncho de vuelta en su posición asignada por la naturaleza, había agolpado sus ojos en ésta, y estaba yendo alrededor con una sonrisa segura, ayudando a los piadosos a ponerse de pie. Ni una palabra fue dicha, yo tomé la delantera y fuimos a zancadas solemnes al campamento, recogiendo a Dave el Cojo al pie de su pendiente; jugamos un juego pequeño por el caballo de Gus Jamison y Calamidades, luego nos montamos en nuestros corceles, partiendo de allí. Tres o cuatro días después, yo me aventuré de forma cautelosa con una alusión encubierta a unos lagos peculiares, pero el click simultáneo de diez revólveres me convenció, de que no necesitaba molestarme en perseguir el sujeto.

1War-paint, pintura con que se embadurnan los indios para guerrear.

Título original: Jim Beckwourth's pond, publicado por primera vez en Cobwebs from an Empty Skull, con el seudónimo: "Dod Grile".
Imagen: Bill Anton, Emerald Oasis, XXI.