miércoles, 6 de diciembre de 2023

Tres y Uno son Uno


En 1861 Barr Lassiter, un hombre joven de veintidós años, vivía con sus padres y una hermana mayor cerca de Carthage, en Tennessee. La familia estaba en unas circunstancias un tanto humildes, subsistía con el cultivo de una plantación pequeña y no muy fértil. No teniendo esclavos, no eran valorados entre “la mejor gente” de la vecindad, pero eran personas honestas de buena educación, de bastante buenas maneras y tan respetables como podría ser cualquier familia, sin la credencial del dominio personal de Ham sobre los hijos y las hijas. El Lassiter mayor tenía esa severidad de maneras, que tan frecuente confirma una devoción al deber sin compromiso, y oculta una disposición cálida y afectuosa. Era del hierro del que los mártires están hechos, pero en el corazón de la matriz había escondido el metal más noble, fusible a un calor más suave, aunque nunca coloreaba ni suavizaba el duro exterior. Tanto por la herencia como por el ambiente, algo del carácter inflexible del hombre había tocado a los otros miembros de la familia; el hogar de Lassiter, aunque no desprovisto de afecto doméstico, era una verdadera ciudadela del deber, y el deber, ¡ah, el deber era tan cruel como la muerte!
Cuando la guerra llegó encontró en la familia, como en tantas otras de ese Estado, un sentimiento dividido; el joven era leal a la Unión, los otros salvajemente hostiles. Esta división desdichada engendró una insoportable amargura doméstica, y cuando el hijo y hermano ofendido dejó el hogar con el declarado propósito de unirse al Ejército federal, ni una mano fue posada en la suya, ni una palabra de despedida fue dicha, ni un buen deseo lo siguió afuera, hacia el mundo, a donde él fue a encontrarse con el espíritu que pudiera, cualquiera fuera el destino que lo esperara.
En su camino a Nashville, ya ocupada por el ejército del general Buell, se alistó en la primera organización que encontró, un regimiento de caballería de Kentucky, y en su debido tiempo pasó por todas las etapas de la evolución militar, desde el recluta crudo hasta el soldado montado experto. Fue un buen soldado montado recto, también, aunque en la narración oral, de la que está hecho este cuento, no se hacía mención de eso; el hecho fue conocido por sus camaradas sobrevivientes. Pues Barr Lassiter había respondido “aquí” al sargento cuyo nombre es Muerte.
Dos años después de haberse unido a éste, su regimiento pasó por la región de donde él había venido. La comarca circundante había sufrido severamente con los estragos de la guerra, habiendo sido ocupada de modo alternativo (y simultáneo) por las fuerzas beligerantes, y una lucha sangrienta se había producido en la vecindad inmediata de la hacienda de Lassiter. Pero de eso el joven soldado montado no estaba enterado.
Hallándose en un campamento cerca de su hogar, sintió el anhelo natural de ver a sus padres y hermana, esperando que en ellos, como en él, la animosidad antinatural del período se hubiera suavizado con el tiempo y la separación. Obteniendo un permiso de ausencia, se dirigió a pie en la tarde del verano tardío, y poco después de la salida de la luna llena estaba caminando por el sendero de gravilla, que conducía a la vivienda en la que había nacido.
Los soldados en la guerra envejecen con rapidez, y en la juventud dos años son mucho tiempo. Barr Lassiter se sentía un hombre viejo, y había casi esperado encontrar el lugar en la ruina y la desolación. Nada, aparentemente, había cambiado. A la vista de cada objeto querido y familiar se afectó de modo profundo. Su corazón latía de forma audible, su emoción casi lo sofocaba, tenía un dolor en la garganta. De modo inconsciente, apuró el paso hasta que casi corrió, su larga sombra haciendo unos esfuerzos grotescos para mantener su lugar a su lado.
La casa estaba no iluminada, la puerta abierta. Cuando se aproximó y se detuvo para recobrar el control de sí mismo, su padre salió y se paró con la cabeza descubierta a la luz de luna.
-¡Padre! -gritó el joven, saltando hacia adelante con la mano extendida -¡Padre!
El hombre mayor lo miró a la cara con severidad, se paró inmóvil un momento y, sin una palabra, se retiró a la casa. Amargamente decepcionado, humillado, herido de modo indecible y enervado por completo, el soldado se dejó caer en un asiento rústico con un profundo desaliento, apoyando la cabeza en su mano trémula. Pero él no lo hubiera querido así: era un soldado demasiado bueno para aceptar el rechazo como una derrota. Se levantó y entró a la casa, pasando directo a la “sala de estar”.
Ésta estaba iluminada vagamente por una ventana sin cortinas al este. En un taburete bajo al costado del hogar, el único artículo mobiliario del lugar, estaba sentada su madre, mirando fijamente una chimenea cubierta de brasas negruzcas y cenizas frías. Le habló a ella con ternura, de modo inquisitivo y con vacilación, pero ella tampoco le respondió, ni se movió, ni pareció sorprendida de ninguna manera. Es verdad, había habido tiempo para que su marido le informara del regreso de su hijo culpable. Se movió más cerca y estaba a punto de posar su mano sobre su brazo, cuando su hermana entró desde una habitación contigua, lo miró a la cara por entero, le pasó por el lado sin un signo de reconocimiento y dejó la habitación por una puerta, que estaba en parte detrás suyo. Él había vuelto la cabeza para mirarla, pero cuando ella se hubo ido sus ojos buscaron a su madre de nuevo. Ella también había dejado el lugar.
Barr Lassiter dio unas zancadas hacia la puerta por la que había entrado. La luz de la luna sobre el césped era trémula, como si la hierba fuera un mar ondulante. Los árboles y sus sombras negras se agitaban como bajo una brisa. Mezclado con sus bordes, el camino de gravilla parecía inestable e inseguro como para pisarlo. Este joven soldado conocía las ilusiones ópticas producidas por las lágrimas. Las sentía en su mejilla, y las vio brillar en el pecho de su chaqueta de soldado montado. Dejó la casa y tomó su camino de regreso al campamento.
Al día siguiente, con una intención no muy definida, sin ningún sentimiento dominante que pudiera haber nombrado de modo correcto, buscó el sitio de nuevo. A media milla de éste encontró a Bushrod Albro, un antiguo amigo de juegos y compañero de escuela, que lo saludó con calidez.
-Yo voy a visitar mi hogar -dijo el soldado.
El otro lo miró con bastante agudeza, pero no dijo nada.
-Yo sé -continuó Lassiter-, que mis padres no han cambiado, pero…
-Ha habido cambios -interrumpió Albro-, todo cambia. Yo voy a ir contigo si no te importa. Podemos hablar mientras vamos.
Pero Albro no habló.
En lugar de una casa hallaron sólo unos cimientos de piedra negruzcos por el fuego, que rodeaban un área de cenizas compactas hoyosas por las lluvias.
El asombro de Lassiter era extremo.
-Yo no podía encontrar la manera correcta de decírtelo -dijo Albro-. En la lucha de hace un año tu casa fue quemada por un obús federal.
-¿Y mi familia, dónde están ellos?
-En el cielo, espero. A todos los mató el obús.

Título original: Three and One are One, publicado por primera vez en Cosmopolitan, octubre de 1908, con la firma: "Ambrose Bierce".
Imagen: Mort Kunstler, Stonewall Jackson on Little Sorrel, XX.

sábado, 7 de enero de 2017

El retrato inconcluso, por René Portas


Una tarde nublada de invierno (en una yegua alazana) cabalgaba yo por el Escambray, pensando en la muchacha dormida, poseída por el íncubo de la pintura La pesadilla, de intenso ambiente fantasmal, cuando observé con interés que la casona de William Farquhar,* el plantador sureño que me encargara el retrato, había aparecido bajo un rayo brillante de estruendo apagado. La fachada, iluminada con temblores, había emergido de la penumbra con unas tétricas ventanas oscuras; la escena me pareció natural pero algo siniestra, pues unas nubes plomizas, de masas espesas y pesadas, flotaban inmóviles en el cielo grisáceo inmenso. Las paredes vetustas exhibían unos pedruscos angulosos y corroídos, insinuaban unas grietas erráticas; unos cuervos oscuros volaban inquietos, con graznidos, y andaban por el terreno yermo, salpicado de hojas amarillas y marchitas. Los árboles abatidos exponían unos troncos veteados; de follaje escaso, sus ramas torcidas arrojaban unas sombras sinuosas. Con alguna tristeza, percibí unos ladridos lejanos. Una lóbrega chimenea derruida asomaba en el tejado combado, y no pocas tejas ladeadas y musgosas; en una hondura vislumbré una laguna negruzca (me invadió de repente una humedad liviana) y solitaria. El líquido parecía estático, un tanto mortuorio. Su reflejo invertido mostraba unos juncos moteados, discerní que expelía unos vapores ligeros... Ignoraba qué me esperaba en la vivienda que no conocía; en las modestas alforjas indianas cargaba mis utensilios de pintura foráneos. Los pinceles de pelo de cerdo, el mortero y la maza de madera para triturar, el lienzo de cáñamo doblado. Yo cavilaba sobre el retrato, intentaba más o menos concebirlo. Me inquietaba su ejecución. 
Continuará...
*Acaso algún pariente anterior de aquel Peyton Farquhar, el hacendado sureño, que los soldados del ejército federal colgaran del puente del Riachuelo del búho, en Alabama del norte, durante la guerra civil en Estados Unidos (Nota del editor).

Título original: El retrato inconcluso, publicado por primera vez en el Blog Ambrose Bierce, 2017, con la firma: "René Portas".
Imagen: Old houses, Abandoned and Dark house, XXI.

sábado, 23 de agosto de 2014

Un poco de Chickamauga


La historia de esa lucha horrenda es bien conocida, yo no tengo la intención de registrarla aquí, sino sólo de relatar alguna parte de lo que vi de ésta, mi propósito no es la instrucción, sino el entretenimiento.
Yo era un oficial de personal de una brigada federal. Chickamauga no era mi primera batalla por mucho, pues aunque era apenas más que un muchacho en años, había servido en el frente desde el principio del conflicto, y había visto lo suficiente de la guerra para tener un justo entendimiento de ésta. Nosotros sabíamos lo suficiente bien que iba a haber una pelea: el hecho de que no queríamos una nos hubiera dicho, para qué Bragg siempre se retiraba cuando queríamos pelear, y peleaba cuando más deseábamos la paz. Lo habíamos maniobrado afuera de Chattanooga, pero no habíamos maniobrado nuestro ejército entero adentro de ésta, y él fue atrás con tal hosquedad, que esos de nosotros que lo seguían, manteniéndolo realmente a la vista, estaban en una buena porción más preocupados por efectuar una unificación con el resto de nuestro ejército, que por incrementar la persecución. Por el tiempo en que Rosecrans había juntado sus tres cuerpos dispersos, nosotros estábamos a un largo camino de Chattanooga, con nuestra línea de comunicación con ésta tan expuesta, que Bragg volvió para apoderarse de ella. Chickamauga fue una pelea por la posesión de un camino.
A lo largo de ese camino corrieron los cuerpos de Crittenden, con los de Thomas y McCook, que antes no habían atravesado éste. Todo el ejército se estaba moviendo por su izquierda.
Allí hubo una pelea aguda todo el tiempo y todo el día, pues la foresta era tan densa, que las líneas hostiles llegaban casi al contacto antes de que la pelea fuera posible. Una instancia fue particularmente horrible. Después de algunas horas de embestida cercana mi brigada, con unas piezas fallidas y unas cajas de cartuchos exhaustas, fue relevada y retirada al camino, para proteger varias baterías de artillería -probablemente, dos docenas de piezas-, que dominaban un campo abierto en la retaguardia de nuestra línea. Antes de que nuestros hombres, cansados ​​y virtualmente desarmados, hubieran alcanzado en realidad los cañones, la línea en frente cedió, fue de vuelta atrás de los cañones y se fue el Señor sabe a dónde. Un momento después el campo estaba gris, con los confederados en persecución. Entonces los cañones abrieron fuego con munición y botes de metralla, y por acaso cinco minutos -pareció una hora- nada pudo ser oído, salvo el estruendo infernal de su descarga, y nada visto a través del humo, salvo una gran ascensión de polvo del suelo magullado. Cuando todo hubo terminado, y la nube de polvo se hubo elevado, el espectáculo era demasiado espantoso para describirlo. Los confederados todavía estaban allí -todos ellos, al parecer-, algunos casi debajo de las bocas de los cañones. Pero ni un hombre de todos esos tipos bravos estaba sobre sus pies, y estaban todos tan densamente cubiertos de polvo, que parecía como si hubieran sido revestidos de amarillo.
"Enterramos a nuestros muertos", dijo un artillero ceñudo, aunque sin dudas todos fueron excavados después, pues algunos estaban parcialmente vivos.
A un "día de peligro" sucedió una "noche de vigilia." El enemigo se mantuvo por todas partes detrás del camino, continuó estirando su línea hacia el norte, con la esperanza de sobresituarse y ponerse entre nosotros y Chattanooga. Nosotros no veíamos ni oíamos su movimiento, pero cualquier hombre con media cabeza hubiera sabido que lo estaba haciendo, y lo recibimos con un movimiento paralelo hacia nuestra izquierda. Por la mañana habíamos bordeado a lo largo de buena manera, y levantado rudas trincheras a una pequeña distancia del camino, en el lado amenazado. El día no estaba muy avanzado, cuando fuimos atacados furiosamente a todo lo largo de la línea, empezando por la izquierda. Cuando era rechazado, el enemigo venía una y otra vez, su persistencia era desalentadora. Parecía estar utilizando contra nosotros la ley de probabilidades: entre tantos esfuerzos uno, eventualmente, tendría éxito.
Uno lo tuvo, y fue mi suerte verlo ganar. Yo había sido enviado por mi jefe, el general Hazen, para ordenar alguna munición de artillería, y cabalgué hacia la derecha y la retaguardia en busca de ésta. Hallando un tren de pertrechos, obtuve del oficial a cargo unas pocas carretas cargadas con lo que yo quería, pero él parecía tener dudas en cuanto a nuestra ocupación de la región, por la cual yo le propuse guiarlos. Aunque le aseguré que justo la había atravesado, y que ésta estaba inmediato detrás de la división de Wood, él insistió en cabalgar a la cima de la loma, detrás de la cual estaba su tren y observar el terreno. Nosotros hicimos así, y para mi asombro vi el campo entero al frente abarrotado de confederados, ¡la misma tierra parecía estarse moviendo hacia nosotros! Éstos venían en miles y tan rápido, que nosotros apenas tuvimos tiempo para volver la cola y galopar colina abajo y lejos, dejándolos en posesión del tren, muchas de las carretas siendo volcadas, por los esfuerzos frenéticos para ponerlas de vuelta. Por qué milagro ese oficial había sentido la situación, yo no lo supe, pues nos separamos allí entonces y nunca lo vi de nuevo.
Por un malentendido, la división de Wood había sido retirada de nuestra línea de batalla, justo mientras el enemigo estaba haciendo un asalto. A través de una brecha de media milla, los confederados cargaban sin oposición, cortando nuestro ejército limpiamente en dos. Las divisiones de la derecha fueron partidas y, con el general Rosecrans en su medio, huyeron como pudieron por el campo, llegando eventualmente a Chattanooga, donde Rosecrans telegrafió a Washington la destrucción del resto de su ejército. El resto de su ejército estaba parado en su terreno.
Una buena porción de tontería se suele decir sobre el heroísmo del general Garfield, quien, atrapado en la fuga de la derecha, no obstante, fue atrás y se unió a la no derrotada izquierda bajo el general Thomas. No había un gran heroísmo en eso, eso es lo que todo hombre debería haber hecho, incluyendo el comandante del ejército. Nosotros podíamos oír los cañones de Thomas yendo -esos que tenían oídos para éstos-, y todo lo que se necesitaba era hacer un desvío lo suficiente amplio, y entonces moverse hacia el sonido. Yo mismo hice así, y nunca he sentido que eso debiera hacerme presidente. Además, en mi camino encontré al general Negley, y habiéndome dado, mis deberes como ingeniero topográfico, algún conocimiento del estado de la tierra, le ofrecí pilotarlo de vuelta a la gloria o la tumba. Yo siento decir, que mis buenos oficios fueron rechazados de modo un poco incivil, lo que atribuí de forma caritativa a la obvia ausencia de mente del general. Su mente, pienso, estaba en Nashville, detrás de un parapeto.
Incapaz de encontrar mi brigada, reporté al general Thomas, quien me ordenó que me quedara con él. Él había asumido el comando de todas las fuerzas aún intactas, y era asediado de modo bastante cercano. La batalla era feroz y continua, el enemigo extendía sus líneas más y más alrededor de nuestra derecha, hacia nuestra línea de retirada. Nosotros no podríamos enfrentar la extensión de otra forma, que "rehusando" a nuestro flanco derecho y dejando que nos cercara, lo cual, salvo por el galante Gordon Granger, hubiera hecho de modo inevitable.
Ésta fue la forma de ésta. Mirando sobre los campos de nuestra retaguardia (más bien con añoranza), yo tuve la feliz distinción de un descubridor. Lo que vi fue el destello de la luz solar en el metal: ¡unas líneas de tropas estaban viniendo detrás de nosotros! La distancia era demasiado grande, la atmósfera demasiado brumosa para distinguir el color de su uniforme, incluso con unos anteojos. Reportado mi "hallazgo" sustancial, fui dirigido por el general a ir a ver quiénes eran. Galopando hacia ellos lo suficiente cerca para ver que eran de nuestra índole, me apresuré atrás con las gratas nuevas y fui enviado de nuevo, para guiarlos a la posición del general.
Era el general Granger con dos fuertes brigadas de la reserva, moviéndose como soldados hacia el sonido del tiroteo pesado. Recibido a él y a su personal lo dirigí a Thomas, e incapaz de pensar en alguna cosa mejor que hacer, decidí ir de visita. Yo sabía que tenía un hermano en esa banda, un oficial de una batería de Ohio. Pronto lo encontré cerca de la cabeza de una columna, y mientras nos movíamos adelante, tuvimos una charla confortable entre tales de las balas enemigas, que de modo inconsiderado habían sido disparadas demasiado alto. El incidente fue un poco malogrado por otro oficial de la batería, uno de esos sin caballo, a quien apoyamos contra un árbol y dejamos. ¡Unos pocos momentos después, la fuerza de Granger fue puesta a la derecha y la pelea fue terrífica!
Por accidente yo entonces encontré la brigada de Hazen -o lo que quedaba de ésta-, que había hecho una marcha de media milla, para agregarse a la no fugada en la memorable colina Snodgrass. La primera observación de Hazen a mí, fue una indagación sobre esa munición de artillería, por la que me había enviado.
Era necesaria muy lo suficiente, como lo era de otros tipos: en las últimas una o dos horas de ese día interminable, los hombres de Granger eran los únicos que tenían suficiente munición, para dar una pelea de cinco minutos. Hubieran los confederados hecho un ataque general más, nosotros tendríamos que haberlos recibido con la sola bayoneta. Yo no sé por qué no lo hicieron; probablemente, estaban cortos de munición. Sé, sin embargo, que mientras el sol se estaba tomando su propio tiempo para ponerse, nosotros vivíamos la agonía de al menos una muerte cada uno, esperando que ellos vinieran.
Por último se hizo demasiado oscuro para pelear. Entonces lejos a nuestra izquierda, y un poco en la retaguardia de la gente de Bragg se levantó "el grito rebelde." Éste se fue alzando de forma sucesiva, y pasó en redondo hacia nuestro frente, a lo largo de nuestra derecha y detrás de nosotros de nuevo, hasta que pareció haber llegado casi al punto donde empezó. Era el sonido más feo que cualquier mortal jamás oyera, incluso un mortal exhausto y enervado por dos días de pelea dura, sin dormir, sin descanso, sin comida y sin esperanza. Había, sin embargo, un espacio en algún lugar al fondo de nosotros, sobre el cual ese grito horrible no se prolongó en sí mismo; y a través de ése nosotros, finalmente, nos retiramos en profundo silencio y desaliento, no molestados.
Para esos de nosotros que han sobrevivido a ambos ataques de Bragg y el tiempo, y que guardan en la memoria a los queridos camaradas muertos, a quienes dejamos sobre ese campo fatídico, el lugar significa mucho. Puede éste significar algo menos para los hombres más jóvenes, cuyas tiendas están ahora acampadas donde, con las cabezas inclinadas y las manos apretadas, los grandes ángeles de Dios se colocan de modo invisible entre los héroes de azul y los héroes de gris, que duermen su último sueño en los bosques de Chickamauga.

Título original: A Little of Chickamauga, publicado por primera vez en San Francisco Examiner, 1898, con la firma: "Ambrose Bierce".
Imagen: Mort Kunstler, Hero of Little Round Top, XX.

lunes, 14 de julio de 2014

De Diarios corrientes


...Henry Wolfe, de Kentucky, de ciento ocho años de edad, quien nunca había estado enfermo en su vida, se acostó un buen día, y se aserró el cuello a la mitad con una navaja. Henry no creía en la auto-masacre, él la despreciaba. Era la opinión de Henry que, como Dios nos había puesto aquí, nosotros debíamos quedarnos hasta que fuera su placer removernos. Esa es asimismo nuestra opinión, y la opinión de todos los otros buenos cristianos a quienes les gustaría morir, pero tienen miedo de hacerlo. Va a ser observado, que Henry no podría reclamar originalidad de opinión. 
Pero hay un punto más allá del cual, la esperanza diferida pone enfermo al corazón, y Henry había pasado ese punto. Él esperó con paciencia, hasta que estuvo desnudo de cuero cabelludo y sordo del oído. Soportó sin quejarse la espalda encorvada, los ojos invidentes, y el incidente de las articulaciones crujientes en la sobre-madurez. Pero cuando vio a un hombre que perecía de senilidad, quien en la infancia lo había llamado "viejo Hank", el sr. Wolfe pensó que la paciencia había dejado de ser comendable, y abandonó su puesto de deber sin ser regularmente relevado.
Debe ser esperado va a ser calurosamente castigado por eso.

Título original: Sin título, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Hauntworld, The Haunted Farm (detail), XXI. 

jueves, 15 de mayo de 2014

De soldadura negra


Un corresponsal escéptico me pide una opinión sobre las cualidades de lucha de nuestros regimientos de color. Realmente, yo pensaba que la cuestión se había asentado hacía largo tiempo. El negro va a luchar y luchar bien. Desde el tiempo cuando nosotros empezamos a usarlo en la guerra civil, a través de todo su servicio contra los indios en la frontera, hasta el día de hoy, no ha fallado en portarse él mismo de forma aceptable para sus oficiales blancos. Yo testifico eso con más júbilo, porque fui en un tiempo un dudoso. Bajo una orden general del cuartel principal del ejército, o posiblemente del departamento de guerra, yo una vez, en un estallido de ambición, apliqué para el rango de oficial de campo de las tropas de color, siendo entonces un oficial de línea de las tropas blancas. Antes de que mi aplicación hubiera actuado, me había arrepentido y persuadido a mí mismo de que los oscuros no lucharían; así, cuando se ordenó que me reportara al cuerpo de oficiales apropiado, con vista a la satisfacción de mi deseo, yo me “eché atrás” y me aseguré una “influencia”, que me permitió quedarme en mi estación humilde. Pero en la batalla de Nashville, caí en la cuenta de que yo mismo había hecho el tonto. Durante los dos días de esa embestida memorable, el único revés sufrido por nuestras armas fue en un asalto a Overton Hill, un saliente fortificado de la línea confederada en el segundo día. Las tropas rechazadas fueron una brigada de la división de Beatty, y una brigada de color de tropas crudas, que había sido traída de un campamento de instrucción en Chattanooga. Yo estaba sirviendo en el personal del gral. Beatty, pero no estaba cumpliendo el deber ese día, estando discapacitado por una herida, sólo sentado en la montura y mirando. Viendo a los oscuros ir por nuestra izquierda, me interesé de modo natural y los observé más atentamente. Una mejor lucha nunca fue hecha. El frente del terraplén enemigo, estaba protegido por una intrincada abatida de árboles talados, despojados de su follaje y ramas. A través de ese obstáculo un gato habría hecho un progreso lento; su pasaje por tropas bajo fuego era desesperado desde un principio, incluso los negros muchachos inexpertos deben haber sabido eso. Éstos no dudaron un momento: sus largas líneas se arrastraron hacia esa obstrucción fatal en perfecto orden, y se quedaron allí tan largo tiempo, como esos de los veteranos blancos a su derecha. Y como muchos de esos se quedaron en proporción, hasta ser llevados y enterrados después de la acción. Fue un tan bonito ejemplo de coraje y disciplina, como uno podría desear ver. En orden de que mi desconcierto y humillación pudieran carecer de nada para completarse, se me dijo después, que uno de sus oficiales de campo alcanzó a forzar su caballo a través de una ruptura en la abatida, y fue acribillado a balazos en la ladera del parapeto. ¡Pero para mi abjuración de la fe en las cualidades de lucha de los negros, yo podría acaso haber sido tan afortunado como para ser ese hombre!

Título original: On Black Soldiering, publicado por primera vez en San Francisco Examiner, 1898, con la firma: "Ambrose Bierce".
Imagen: Mort Kunstler, Col. Robert Shaw and the 54th Massachusetts, XXI.

lunes, 14 de abril de 2014

De Noticias obituarias

 
...El siguiente reporte de una autopsia, es de peculiar interés para los médicos y los cristianos: caja 81, felo de se.1 Yow Kow, amarillo, varón, chino, 94 años, hallado muerto en la calle, adicto al opio. Autopsia: dieciséis horas después de la muerte. Babeando por la boca, la cabeza hundida, inmenso rigor mortis, ojos dilatados y sacados, abdomen lacerado, hemorragia desde la oreja izquierda. Cabeza. Agua en el cerebro, cuero cabelludo congestionado, más bien, cuando estalló por un mazo, el interior de la cabeza semejaba un mapa de guerra. Tórax. Carga de perdigón en el pulmón izquierdo, diafragma difundido, marcas de dedo de corazón deficiente en esa vecindad, rastros de clavos de herradura afuera. Abdomen. Lacerado como antedicho, intestino delgado obstruido con polvo de ladrillo, tirador en el duodeno, tacón de bota incrustado en la pelvis, cuchillo de carnicero fijo con rigidez en el riñón derecho.
Observaciones: la inmigración china arruinará cualquier país del mundo. 

1Felo de se, en la ley común inglesa término arcaico que significa suicidio.

Título original: Sin título, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Pieter Claesz, Vanité, 1630. 

jueves, 20 de febrero de 2014

De Noticias obituarias


...Un asiático muerto fue hallado, recientemente, en una zanja en el condado de Nevada. Su cabeza, como la del sapo, tenía una preciosa joya encajada en sí, como del tamaño de una sandía ordinaria, y una clara mayoría de sus dedos de las manos, los pies y las facciones había recibido entierro cristiano, en los estómagos de diversos cerdos contiguos con comisiones errabundas. Como él parecía no deseoso de declarar quién era, o cómo había obtenido su merecido, fue repuesto con ternura en su zanja última, y sus descubridores procedieron ociosamente por el forense. Al arribo de ese funcionario público algunos días más tarde, se descubrió una pila de huesos bien limpiados con este epitafio conmovedor, inscrito con lápiz de plomo en un segmento del cráneo:
Tu vida no puede ser la masticada de un patán chino, ejecutado por mí por ofensas políticas, y comido por mis cerdos hambrientos, que no tenían nada delante, desde que el jefe de la cárcel se robó mi maízBill Roper, y de tal es el reino que viene".1

1Ofrezco traducción aproximada (casi inventada) debido al slang enigmático del original. Si algún anglófono se dignara a contribuir a la exactitud de la traducción... (N. del T.)  

Título original: Sin título, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Worachai Yosthamrong, Still life with skull near old book and yellow candle, XXI.