martes, 5 de julio de 2011

El sr. Masthead, el periodista


Mientras yo estaba en Kansas adquirí un periódico semanal, La tronada de la reforma de Claybank. Ese periódico nunca había pagado sus expensas, había arruinado a cuatro editoriales consecutivas, pero mi hermano-político, el sr. Jefferson Scandril, de Weedhaven, iba a postularse para la legislatura, y yo, naturalmente, deseaba su derrota; así que se hizo necesario tener un órgano en Claybank, para asistir en su extinción política. Cuando el establecimiento llegó a mis manos, el editor era un tipo que tenía “opiniones”, y lo despedí a la vez con una admonición. Tuve alguna dificultad en procurar a un sucesor, cada hombre del condado aplicaba por el puesto. No podía nombrar a uno sin tener que luchar con la mayoría de los otros, y fui compelido eventualmente a escribir a un amigo en Warm Springs, en el contiguo Estado de Missouri, que me enviara un editor del exterior, cuya instalación en el timón del destino manifiesto, pudiera tener un significado no local.
El hombre que me envió era un tipo desaliñado, andrajoso llamado Masthead; no más grande, al parecer, que un muchacho de dieciséis años, aunque era difícil decir desde afuera, cuán mucho de él era un editor y cuán mucho un molde de ropa; pues en el asunto del vestido había actuado según su máxima profesional favorita, y “hundido al individuo”; su atuendo -eminentemente ecléctico, y en un sentido internacional- lo había superado por completo en todos los puntos. Sin embargo, como mi amigo me había asegurado, que era “un graduado de una de las más grandes instituciones de su Estado nativo”, lo tomé y compré una pluma para él. Mis instrucciones fueron breves y simples.
-Sr. Masthead -dije-, es la política de La tronada primero, último y todo el tiempo, en este mundo y el siguiente, el resentir la intrusión del sr. Jefferson Scandril en la política.
La primera cosa que el pequeño granuja hizo, fue escribir un artículo fulminante que denunciaba al sr. Scandril como un “demagogo, la degradación de cuyas opiniones políticas, fue sólo igualada por el disgusto de las conexiones familiares, ¡de las que esas opiniones eran el engendro!"
Me apresuré a apuntarle al sr. Masthead, que nunca había sido la política de La tronada atacar las relaciones familiares de un candidato ofensivo, aunque eso no era estrictamente cierto.
-Yo lo siento mucho -replicó, corriendo su cabeza fuera de sus ropas, hasta que ésta se elevó tan mucho como seis pulgadas, por encima de la mesa en la que estaba sentado-, sin ofensa, espero.
-Oh, por nada del mundo -dije, con el descuido que pude manejar-, sólo que no lo creo legítimo, o sea, un efectivo método de ataque.
-Sr. Johnson -dijo, yo estaba pasando por Johnson en ese tiempo, recuerdo-, sr. Johnson, creo que es un método efectivo. Personalmente, yo podría acaso preferir otra línea de argumento en este caso particular, y personalmente, usted podría acaso; pero en nuestra profesión, las consideraciones personales deben ser sopladas a los vientos del horizonte, nosotros debemos hundir al individuo. Al oponerse a la elección de su pariente, señor, usted ha sentado el sello de su profundo desagrado hacia el pecado del nepotismo, y por eso yo lo respeto, ¡el nepotismo debe ir abajo! Pero en el despliegue de las virtudes romanas, señor, debemos ir por todo el cerdo. Cuando en el interés de la moralidad pública -el sr. Masthead estaba ahora gesticulando con seriedad, con las mangas de su abrigo- Virginius apuñaló a su hija, ¿fue él influenciado por las consideraciones personales? Cuando Curtius saltó al golfo abismal, ¿no hundió él al individuo?
Yo admití que lo hizo, pero sintiéndome de un humor contencioso, prolongué la discusión por ociosidad, cargando y tapando el revólver, pero presciente de mi argumento el sr. Masthead evitó la refutación, aplazando el debate de modo apresurado. Le envié una nota esa tarde, llenándola con unos pocos detalles de la política que yo había esbozado antes en contorno. Entre otras cosas sometía que sería mejor para nosotros, exaltar al oponente del sr. Scandril que degradarlo a él mismo. A esto el sr. Masthead asintió con renuencia, "hundiendo al individuo" -explicó con reproche- "en el empleado dependiente, ¡el fiador impotente!" La próxima emisión de La tronada contenía, bajo el titular El vigorozo céfiro, el siguiente artículo editorial:
“La semana pasada declaramos nuestra oposición inalterable a la candidatura del sr. Jefferson Scandril, y dimos razones por la fe que estaba en nosotros. ¡Por primera vez en su historia este periódico hizo una admisión clara, pensativa y adecuada, y una exposición del eterno principio! Abandonando por el presente la postura que tomamos entonces, vamos a rastrear los antecedentes del oponente del sr. Scandril hasta su fuente. Se ha instado contra el sr. Broskin, que él pasó algunos años de su vida en el asilo lunático de Warm Springs, en la contigua mancomunidad de Missouri. Ese grito de cuco -alzado, aunque por los perros de la oscuridad política-, nosotros no vamos a rebajarnos a controvertirlo, pues es accidentalmente cierto; pero la semana siguiente vamos a mostrar, como con el golpe de una varita mágica, que los detractores de ese gran estadista, probablemente, no iban a derivar ningún beneficio de una residencia en la misma institución, ¡siendo su aberración mental pútreamente incurable!”
Yo pensé que eso era bastante fuerte y no por completo hacia el punto, pero Masthead dijo era un hecho que nuestro candidato, quien era muy poco conocido en Claybank, había “servido un término” en el asilo de Warm Springs, y la cuestión se debía enfrentar con audacia, ¡esa evasión y negación eran sólo unas formas de postración, debajo de las ruedas de hierro de la verdad! Al decir eso pareció inflarse y expandirse así, como para casi llenar sus ropas, y el fuego de sus ojos, de algún modo, incendió en mí la impresión -ya borrada-, de que una causa justa no peligraba por una trivial concesión al hecho. Así que, dejando el asunto por completo en manos de mi editor, me fui para mantener algunas ocupaciones importantes, habiéndome involucrado el párrafo en diversos duelos con los amigos del sr. Broskin. Yo pensé era bastante arduo, que tuviera que defender la política de mi nuevo editor, contra los partidarios de mi propio candidato, en particular, cuando yo estaba claramente en el derecho, y ellos no sabían nada, lo que fuera, sobre el asunto en disputa, ninguno de ellos habiendo tan mucho como oído, nunca antes, del ahora famoso asilo de Warm Springs. Pero yo no evadiría incluso el más humilde deber periodístico, peleé con esos tipos, y me absolví al hacerme un hombre de letras y un político. Las heridas que recibí fueron por algún tiempo curadas, y en el intervalo cada miembro prominente de mi partido, que vino a Claybank a hablarle al pueblo, consideró como un simple deber llamar primero en mi casa, hacer una tierna indagación en cuanto al progreso de mi recuperación, y dejar un desafío. Mi médico me prohibió leer una línea de ninguna cosa, la consecuencia fue que Masthead lo tuvo todo a su manera en el periódico. Al mirar por arriba los viejos archivos ahora, encuentro que él dedicó su talento entero y todo el espacio del periódico, incluyendo lo que habían sido las columnas de publicidad, a confesar que nuestro candidato había sido un interno de un asilo lunático, y a preguntar con desprecio al partido opuesto qué iban a hacer sobre eso.
Todo ese tiempo el sr. Broskin no dio señal, pero cuando los desafíos se hicieron intolerables, yo instruí indignado al sr. Masthead ir corriendo al otro lado, y apoyar a mi hermano-político. Masthead “hundió al individuo” y anunció debidamente, con su franqueza de costumbre, nuestro cambio de política. Entonces el sr. Broskin vino abajo a Claybank ¡a darme las gracias! Era un caballero fino, de aspecto respetable, y me impresionó de forma muy favorable. Pero Masthead estaba cuando él llamó, y el efecto sobre él fue diferente. Se encogió en un mero montón de ropas viejas, se puso blanco y los dientes le crujieron. Notando esa conducta extraordinaria, yo a la vez busqué una explicación.
-Sr. Broskin -dije, con una mirada de sentido al editor trémulo-, ciertos indicios me han llevado a temer que, debido a algún equívoco, nosotros podemos haberle hecho una injusticia. ¿Puedo preguntarle si usted estuvo realmente, alguna vez, en el asilo lunático de Warm Springs, en Missouri?
-Por tres años -replicó tranquilo-, yo fui el médico a cargo de esa institución. Su hijo -volteándose hacia Masthead, quien estaba volando con toda clase de colores-, era, si no me equivoco, uno de mis pacientes. Yo me enteré de que hace unas semanas un amigo suyo, llamado Norton, aseguró la libertad del joven, sobre su promesa de que usted mismo tomaría cuidado de él en el futuro. Yo espero que las asociaciones del hogar hayan mejorado al pobre tipo. ¡Es muy triste!
Lo era, en efecto. Norton era el nombre del hombre a quien yo había escrito por un editor, ¡y quien me había enviado uno! Norton fue siempre un tipo obligado.

Título original: Mr. Masthead, Journalist, publicado por primera vez en Fun, agosto de 1874, con la firma: "Ambrose Bierce".
Imagen: Henri Gervex, La République française, 1890.